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Los campesinos no tienen quien les escriba

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Desarrollo Rural

02 de septiembre de 2014 Fuente: La Nueva España

Decía Álvaro Cunqueiro, "no hay oficio más intelectual que el de labrador". 

  • Artículo de opinión de Jaime Izquierdo, publicado originalmente en La Nueva España

Decía Álvaro Cunqueiro, "no hay oficio más intelectual que el de labrador".  Yo  también lo creo. Los campesinos escribieron directamente sobre la piel de la tierra, la tatuaron, le dejaron su  huella  impresa,  dibujando  a  escala  1:1  en  sus geografías  invernales,  majadas,  dehesas  de  castaño, prados  aclarados  entre  bosques,  caminos  que  cosen como  un  hilván  las  distintas  partes  de  su  mundo  y aldeas de casas humeantes que olían  a fuego de leña  y donde sonaban los lloqueros.

Escribieron  sobre la tierra, pero no han escrito  nunca nada  sobre  el  papel.  Los  libros  y  las  leyes  de  papel nacieron en la ciudad, como las  religiones imperiales, y por eso a  los campesinos, vinculados a los ciclos de la  naturaleza,  se  les  llamó  en  la  Roma  cristianizada paganos:  los  que  viven  en  los  pagos  ajenos  a  las creencias  de  la  ciudad,  los  pageses  en  Cataluña,  los que  hacen  país  o  los  paisanos.  Los  que  al  escribir sobre  la  tierra  hicieron  los  paisajes  son,  por  deriva etimológica,  los  mayores  intelectuales  de  la  humanidad.  Yo  lo  veo  como  Cunqueiro...  "los desnudos surcos son como una señal de intelectual posesión que el hombre hizo de la tierra". 

La  industrialización  española,  primero  la  de  las  fábricas  y  después  la  de  la  agricultura,   se empeñó  en tratar  a los campesinos de ignorantes, de faltos de cultura, de analfabetos,...Si la urbana sociedad romana tan solo los calificó, nuestra sociedad industrial fue más allá: primero los descalifico y luego los condenó.

En  la  universidad  española  de  los  años  setenta,  nacida  también  del  pensamiento  industrial absoluto, nunca nos contaron que los campesinos fueran los intelectuales de la tierra.  Y aun a pesar de que Ortega y Gasset lo había advertido: "yo, que soy profesor universitario, necesito de la colaboración de los pensamientos aldeanos mucho más que ellos de los míos".

Tampoco nadie estimó que el contrastado  empirismo acientífico  de los campesinos  fuese,  por lo  general,  más  certero  en  la  gestión  complejísima  de  sus  pagos  -que  ahora  llamamos "espacios  naturales"-  que  las  porciones  de  ciencia  fragmentada,  reduccionista,  simple, especializada  con  las  que  hemos  desarticulado  el  monte  en  nombre  de  la  "protección  de  la naturaleza". Una protección de papel.

En  España,  los  campesinos  no  han  tenido  quien  les  escribiera.  No  incluyo  a  los  grandes literatos, o a los naturalistas de campo, desde  Miguel  Delibes hasta Tono Valverde  o Pedro Montserrat. Ni a  historiadores, como Caro Baroja; a  geógrafos, como Jesús García Fernández o a ecólogos como González Bernáldez. Me refiero a escritores vinculados a la sociología política, o al pensamiento complejo, inexistentes durante la dictadura y ausentes todavía tras casi cuarenta años de democracia. No  así  en  Francia,  donde  los  campesinos  sí  tuvieron  quién  les  escribieran,  y  quién  les defendieran,  para evitar que  el pensamiento urbano central y único,  las  emergentes  políticas de modernización industrial y las de intensificación conservacionista, arrasaran la memoria de su  trabajo  y  ocultaran  a  la  sociedad  la  decisiva  influencia  que  tuvieron  las  comunidades campesinas en la conformación de las muy diversas culturas del país, la conservación local de las naturalezas,  hibridadas  entre lo doméstico y lo silvestre,  y la  conspicua  organización del territorio.

Escritores  comprometidos  políticamente,  y  de  la  talla  de  Bordieu,  Mendras,  Duby,  LeviStrauus, etc.,  abrieron  ya hace décadas  un amplio debate  social  que tuvo decisiva  influencia en el devenir de  la política  francesa,  y en la legislación aplicable a  los territorios marginados por el progreso  intensivo, y que  se puede resumir en la idea de:  conservación, sí, pero no sin los paisanos; desarrollo rural, sí, pero basado en el "arte de la localidad".  Y gracias a ello hoy en Francia nadie, ni de derechas, ni de izquierdas,  discute esa cuestión. Esa forma de ver el territorio  y  la  naturaleza,  con  la  mano  del  campesino  por  el  medio,  es  asunto  sobre  el  que nuestros vecinos no discuten.

Cualquiera  que  repase  la  historia  de  las  políticas  de  ordenación  del  territorio  rural  francés, desde  el  final  de  la  Segunda  Guerra  Mundial  hasta  nuestros  días,  verá  la  influencia  del pensamiento  paysan  y de la importancia del  terroir  -que acuñaron sus investigadores-  en la  política  gala.  Y  gracias  a  ese  trabajo,  cualquiera  que  entre  hoy  en  la  página  web  de  los parques  nacionales  franceses  verá  como  la  rehabilitación  de  los  sistemas  de  pastoreo vernáculo  se  ha  convertido  en  el  primer  objetivo  de  conservación  en  los  más  destacados espacios  protegidos  de  montaña  del  país.  Las  autoridades  francesas  encargadas  de  la conservación han vuelto sus ojos a una idea enunciada por Aristóteles:  "hay que encontrar el Principio, luego, todo se nos dará por añadidura". Y esos Principios son, como en los Picos de Europa, inequívocamente campesinos, exactamente, pastores y por ello, cultos.

Y  mientras  tanto  en  España  la  política  sigue  a  uvas.  Y  lo  peor  de  todo  es  que  no  vienen buenos  tiempos  para  intentar  poner  orden.  Aunque  tengamos  identificado  el  momento  de nuestra  historia  en  el  que  renunciamos  a  considerar  la  memoria  campesina  como  pieza esencial  del  patrimonio  para  construir  el  futuro,  no  parece  que  el  pensamiento  político,  en ninguna  de  sus  marcas  partidarias,  esté  a  la  altura  de  las  circunstancias  para  reconducir  la situación.

El  asunto es grave pues empezamos a ser conscientes de  que el profuso y alambicado edificio administrativo  de papel  que hemos construido para  "proteger" las tierras de los campesinos ausentes, aparte de endeble,  está mal cimentado y  tiene aluminosis. Se cae a pedazos. Y los pagos de los campesinos  mientras tanto se han convertido, como cantan los aragoneses de la Ronda de Boltaña por letra de Severino Pallaruelo,  en  "un país de anochecida". Un país de anochecida que necesita con urgencia que llegue el día y se haga la luz.

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