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Las nuevas generaciones de pastores, jóvenes de ciudad que deciden ir al campo

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Desarrollo Rural

13 de julio de 2016 Fuente: El Diario Vasco

Es la nueva generación del pastoreo, la que tiene que buscar un trabajo secundario hasta conseguir ser ovejero a tiempo completo.

Un artículo de Beatriz Campuzano, publicado originalmente en El Diario Vasco.

Iñigo Lasuen busca las ubres de una de sus ovejas, las agarra con firmeza y las aprieta. Se oye el chorro de la leche caer en el fondo del cubo metálico que el pastor ha colocado bajo el borrego. La mira. "Quieta ya", dice con voz autoritaria. Le ha dado una coz. La oveja, encerrada en un armazón verde de hierro, rumia. "Les gusta que les saques la leche, lo que pasa es que mientras están aquí, quieren salir". La sigue ordeñando, le estruja las ubres y se asegura de que no queda leche. De fondo, se entremezclan los relinchos de los tres caballos negros que juegan a saltarse encima con los balidos de las demás ovejas. Dos minutos y medio más tarde, se levanta del taburete verde en el que está sentado, casi a ras del suelo, y mira a la veintena de ovejas que le quedan por ordeñar. Silba. De pronto, dos latxas, una más alta, menos gorda y con unos cuernos más definidos que la otra se apresura por ser la siguiente. Iñigo la agarra y la coloca.

El ovejero, a pesar de tener 22 años, ya no es un aprendiz. Conoce el oficio desde que decidió dejar la educación obligatoria y formarse como pastor. Ha pasado por diferentes escuelas donde ha aprendido los entresijos de la ganadería, las complicaciones que pueden surgir en el parto de las ovejas y el tipo de alimentación que requieren en cada momento. "Cuando realmente se aprende es cuando estás día a día con ellas y te van pasando cosas y tienes que preguntar a los demás pastores de la zona. Ellos son los que más saben porque llevan dedicándose a esto desde pequeños, lo han aprendido de sus padres, de sus abuelos y les ha pasado de todo".

El pastoreo, que parecía un oficio condenado a extinguirse por el progreso de la sociedad y el abandono de los pueblos, ha renacido. Cada vez son más los que con la crisis han tenido que retomar esta tradición milenaria, que data del neolítico, y que muy lejos de lo que se piensa, es más sacrificada que placentera. Requiere tiempo y dedicación y no entiende de vacaciones ni días libres. Ser pastor es más que un oficio, es un estilo de vida. Este oficio, que ha permanecido casi inalterado durante siglos y permite mantener vivos el paisaje y el mundo rural, se encuentra en un momento de renovación.

Valorar el producto de los pastores

Trescientas familias viven en el País Vasco de vender la leche que sus ovejas producen. Sólo 180 se dedican a hacer la comercialización del ciclo cerrado, es decir, producir leche, corderos y comercializarlo sin venderlo a los supermercados con sus ovejas latxas. El 75% de la distribución es en supermercados. La diferencia entre lo que las grandes superficies pagan por el litro de leche, entre ochenta céntimos y un euro, y el precio que se establece vendiendo a particulares, tres euros aproximadamente por la misma cantidad, es considerable. Los pastores creen que la solución pasa por dar más valor a su producto en vez de aumentar las ayudas.

Juan Cruz es quien enseñó a este joven, en su época de prácticas, a ordeñar por primera vez. Ahora, desde hace dos años, Iñigo tiene alquilado un terreno en el monte Igueldo, ubicado en el oeste de la ciudad de San Sebastián, donde tiene sus ovejas y pasa el tiempo libre que le queda cuando sale de la empresa familiar en la que trabaja. "Yo desde los tres años dije que quería ser pastor y, poco a poco, lo he ido consiguiendo. Espero, de aquí a dos años, tener mi caserío y poder dedicarme todo el día a estar con mis ovejas y ganar dinero". Iñigo es uno de los pocos jóvenes nacidos en la ciudad, sin tradición familiar pastoril y con una vocación inexplicable hacia el sector ovino. Cuando con catorce años dijo a sus padres que quería ir a una escuela de pastores, se extrañaron. No entendían por qué un chico de ciudad se quería ir a vivir al campo. Con el tiempo, al ver que su hijo dedicaba muchas horas a leer e informarse sobre las ovejas le tomaron en serio y le apoyaron. "Mi abuela ahora está encantada y cuando le llevo queso luego presume de nieto", afirma orgulloso mientras esboza una sonrisa.

Iñigo es de estatura media, tiene un pendiente circular de color oscuro en los lóbulos de cada oreja y sus ojos, de color pardo y penetrantes, observan de reojo a las ovejas mientras se dirige hacia la cuba de plástico donde está el pienso. Se sube con sus katiuskas verdes de media caña a un rectángulo de piedra inestable y se inclina. Se apoya con la mano derecha en el reborde y mientras, con la izquierda, coge el pienso con un recipiente de plástico verde. "Uno, dos, tres, cuatro", lleva la cuenta en voz alta hasta llenar el cubo. Las ovejas balan sin parar. Iñigo se baja, camina metro y medio esquivando sus dos border collie que están tumbados en el suelo y salta la valla. Sus ovejas le rodean y balitan cada vez más fuerte. Se escucha, muy bajo, entre los balidos, el caer del pienso sobre los comedores de madera. Mastican.

Las manos de Iñigo manchadas por el pienso, los rasguños y las uñas ennegrecidas sostienen el maíz y la alfalfa que complementan la alimentación de las ovejas. Las manos de Iñigo manchadas por el pienso, los rasguños y las uñas ennegrecidas sostienen el maíz y la alfalfa que complementan la alimentación de las ovejas.

Pionera en el sector ovino, Artzain Eskola es la única escuela de pastores en el País Vasco y una de las tres estatales junto con la de Barcelona y Andalucía. Los pastores, como en su día hizo Iñigo, hacen mucho más que producir alimentos, fomentan las costumbres y protegen el ecosistema. El objetivo primordial de la escuela es que los jóvenes sigan produciendo y mantengan la tradición, el euskera, los pueblos rurales y las costumbres. La escuela, que inició su andadura hace 17 años, es un centro con vocación internacional al que acuden profesionales del sector ovino e hijos de pastores - el 82% de los alumnos de la escuela son hijos de pastores con vocación-. "La mayoría de los alumnos vienen por relevo generacional y porque prefieren trabajar por su cuenta, no depender de otros pastores, sino montar su propio negocio", aclara Batis Otaegi, coordinador de Artzain Eskola. Son muchos los que buscan encontrar una forma de vida diferente. Una forma de vida en el campo con las ovejas. Vivir de la naturaleza yen la naturaleza.

La cuadra es de cemento tiene cuatro aperturas en una de las fachadas y la puerta la hizo Iñigo, como el resto del cercado del terreno, con maderas y alambres. El suelo es de tierra y está lleno de paja seca. En una de las estanterías blancas, llenas de herrumbres, hay dos cascabeles de color bronce. Se los pone a algunas de sus noventa ovejas para acordarse de las características de cada ovino. "No les suelo poner mucho, pero fuera [en el prado] tengo una oveja que lleva un cascabel porque sé que esa tiene buena leche y es buena madre, aunque es un poco cabrita y no se deja ordeñar bien. Me sirve para reconocerla con facilidad". El joven sabe cómo es cada una de ellas, incluso puede recitar de memoria el número del chip de algunas.

Fuera, en el prado, solo se oye el aire y los ladridos del mastín blanco atado a un árbol. Iñigo, que viste un polar negro de Quechua y unos pantalones azul marengo, camina, se apoya en un bastón marrón que lleva en la mano derecha al subir por un camino con charcos de barro. Va estirado, con paso decido y mira cómo corren sus perros. No importa que llueva, que haga frío o que nieve, porque Iñigo siempre sale a estar con sus ovejas. "Esto es lo que me gusta, lo que me llena, Estar aquí con ellas", contempla tranquilo, feliz y con una serenidad contagiosa a su rebaño. Esquiva las piedras y, de vez en cuando, vocifera a sus perros. "Etorri" y, de pronto, los canes saltan el alambrado y una treintena de ovejas echan a correr hacia su pastor haciendo sonar sus cascabelas.

"Vengo todos los días por las mañanas antes de ir al trabajo, les doy de comer y las saco. Por la tarde, suelo subir sobre las cuatro y me puedo estar hasta las nueve. Hay muchas cosas que hacer". Iñigo ordeña todas las tardes, normalmente sobre las siete, a sus ovejas."Hombre, ahora puedo hacerlo yo solo porque no tengo muchas pero cuando tenga más, pues igual tengo que comprar una ordeñadora porque así el tiempo que gane lo invierto avanzando en otras cosas".

En el manejo, en el uso de las tecnologías y en el tiempo que disponen es donde están las principales diferencias entre los viejos y los nuevos pastores. "Los [pastores] que son ya mayores, que ya tienen sus sesenta, setenta años, por muchas ovejas que tengan no quieren utilizar las ordeñadoras porque les gusta hacerlo a mano, porque tienen un manejo diferente". Aunque Iñigo también lo prefiere, considera la opción de adaptarse a lo que la situación le requiera. Sueña con dejar su trabajo en la empresa y poder vivir en el monte, cerca de sus ovejas. "Tengo que hacer, más o menos, una inversión de unos 400.000 o 500.000 euros. Y claro, reunir tanto dinero, aunque hay ayudas, no es fácil".

Vivir siendo pastor

"Hoy nos exigimos más porque necesitamos dinero para todo. Ya vendiendo unos quesos no te vale. Tienes que buscar la economía", dice, apenada por la situación, Gemma Serra, quien también realizó el curso de Artzain Eskola. Gemma es una pastora de las de ahora, de las que trabajan en otro oficio mientras esperan ahorrar suficiente dinero como para empezar su negocio en el campo.

En el oficio del pastoreo, las pastoras no son las mujeres de los pastores son ovejeras. En el curso, el 25% son mujeres y Batis Otaegi, coordinador de Artzain Eskola, reconoce que las pastoras han hecho una revolución en el queso porque son ellas quienes lo comercializaban y, aunque siempre han estado más ocultas, los han posicionado en un muy buen ámbito.

Gemma es una de las pocas pastoras del País Vasco, o por lo menos de las modernas. A sus 33 años lleva sola el caserío que compró hace dos años y medio cuando decidió dejar atrás su vida en Barcelona para mudarse al monte. Siempre ha sabido lo que es vivir en el campo, y lo que conlleva. No hay un porqué claro que justifique que se haya acomodado en los montes guipuzcoanos. Vino hace unos años a pasar un verano con unos amigos que tenían un caserío en la zona y decidió quedarse. "Es meterte a saco y yo lo tenía muy claro. Lo que pasa es que estuve retrasando el momento de dar el paso porque era joven y la ciudad es perfecta, hay de todo", cuenta recordando su vida en la ciudad condal. Se ríe y apoya las manos en sus caderas. Apasionada por el campo, quiere vivir de los animales. Ahora está haciendo "el cambio", vendiendo las quince ovejas que le quedan para poder pasarse al negocio de las cabras, como le recomendaron para poder conseguir más beneficios y poder vivir de su ganado varios pastores y Batis Otaegi. "Yo sé lo que tengo y conozco las demás explotaciones y sé que con veinte, treinta ovejas, mi proyecto no es viable. Por eso, he comprado cabras y, de aquí a finales del año que viene, espero tener la quesería montada". Ve su futuro con esperanzas, se ilusiona al hablar de su proyecto y se toca, de vez en cuando, los tres pendientes en forma de aro de metal de su oreja izquierda.

Al grito de "segi segi", Goiz, el mayor de los dos border collie de Gemma, obedece las órdenes de su pastora. Rodea, controla a las ovejas, corre de un lado al otro del prado. Espera y se coloca tres metros por detrás de las nueve ovejas latxas que, asustadas, intentan comer algún hierbajo seco. Las vigila. Hace lo quiere con ellas. De pronto, con una voz firme, Gemma, que está de pie, con la mano izquierda en la frente para que el sol no le ciegue, vocifera dos veces "poc a poc". Su mano derecha acompaña la orden y su mirada busca la complicidad del perro.

Gemma Serra todavía está aprendiendo cómo enseñar a su perro que ella es quien decide qué hacer con el rebaño. Mezcla el poco euskera que aprendió cuando llegó hace dos años y medio al País Vasco con su catalán materno. "A mí me enseñaron a educar al perro en euskera y ya tengo costumbre, pero el catalán es lo que me sale", comenta mientras se le escapa una sonrisa y sus ojos se abren al recordar sus orígenes. "Aunque lo llevan en el instinto, a los perros les tienes que hacer entender que trabajan para ti. Saben controlar a las ovejas para que no se muevan, pero hay que educarles, enseñarles que cuando les mandas tienen que hacer lo que les dices".

Una vida entre ovejas

La pastora es delgada, lleva unos pantalones negros y una chaqueta con cremallera a conjunto. Se levanta a las seis y media de la mañana, se viste y, con una taza de café en la mano, sale a dar de comer a las ovejas. Medio dormida, reconoce Gemma, como una acción casi innata, sale del caserío y se dirige, esquivando el cubo de agua negro, la silla de mimbre cubierta con algo de ropa y la segadora naranja hacia la cuadra. Es pequeña, de piedra y tiene dos entradas. En medio de la fachada, cuelgan unas cuerdas verdes, negras y grises que utiliza para atar los bloques de maderas y unir los alambres que acotan su terreno. Dentro, apenas hay luz, solo la que entra por un agujero del techo. Está oscuro, hay cubos en el suelo, maderas apoyadas en las paredes y la tejavana está en pendiente. Se oye el crujir de la paja con cada pisada de la pastora, el aleteo y el revuelo de las gallinas y los balidos de las ovejas. Algunas gallinas se suben encima de la escalera de metal, otras se quedan inmóviles en las vallas que un día fueron amarillas y ahora están roñosas y descascarilladas. Huele a estiércol. Una vez quitada la madera de la entrada derecha, las ovejas y las gallinas salen y corren hacia la pradera. Gemma intenta sacar a su ganado cuando el tiempo lo permite. "En invierno están mucho tiempo dentro [en la cuadra] porque si no, con el barro se les ponen las pezuñas con hongos y se quedan cojas".

La idea de ser pastora le viene de familia. Desde pequeña ha pasado los fines de semana y las vacaciones en un pueblo del pirineo catalán con sus abuelos pastores. "He mamado el campo desde pequeña. La pena es que mis padres se fueron a la ciudad porque son de la generación en la que en el campo no había mucho trabajo y no he podido aprender tanto del oficio". Aunque en Barcelona tenía su trabajo como educadora social, necesitaba vivir del campo porque lo lleva dentro. "Es atado y hay meses en lo que hay que ordeñar, hacer el queso y es todo el día metida en eso, pero en verano las ovejas están en el prado y los pastores se pegan la buena vida", bromea mientras presiona las pinzas para destender la ropa de la cuerda que va desde la fachada de su caserío hasta la cuadra.

Deja la ropa encima de la silla, pone en orden los diferentes bastones que están apoyados contra el portón de madera oscura de la antigua cuadra y llama a los perros. "El pastor de hoy en día, y para que siga habiendo, tiene que haber esa evolución porque el pastoreo no se puede quedar anclado en lo pasado, en lo tradicional y aislarse", comenta Gemma mientras acompaña con gestos lo que dice. Ser pastor hoy en día es poder compaginar su vocación con un trabajo que les dé dinero. Gemma e Iñigo reconocen que los manejos son diferentes, que han mejorado con la técnica y que ahora, hay formas por los que la oveja produce mucho más y por lo tanto, es posible sacar más dinero. "Los pastores que sean capaces de ganar más serán los que saquen la profesión adelante", sentencia rotundamente Gemma mientras observa la hierba de su terreno detenidamente. Los perros, mientras, triscan con las ovejas.

La mujer, de pelo corto, negro y con flequillo se agacha, toca con la mano derecha, en la que tiene dos pulseras negras la hierba y arranca un manojo. Extendida en la palma de su mano, la diferencia y explica, orgullosa de lo aprendido en Artzain Eskola, los tipos de hierba que hay y las diferencias entre cada una. "Antes yo sabía algunas cosas pero no entendía por qué se hacía así [se refiere a cortar la hierba a mano]. Pero al ir a la escuela he puesto nombre a lo que no sabía y me han ayudado con mi proyecto de vivir del campo".

Tanto Gemma como Iñigo han visto cómo la profesión ha evolucionado con el paso de los años y lo importante que es para que el pastoreo sobreviva el adaptarse a los nuevos manejos. Manejos que, aunque ayudan a ahorrar tiempo, creen que distancian al rebaño del pastor. Es ahí, en el contacto con la oveja en donde está la grandeza de ser pastor.

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