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Jesús Casas, presidente de Tragsa: «LEADER no solo ha funcionado, sino que es la única visión organizativa que puede funcionar a futuro en el medio rural»

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LEADER

25 de septiembre de 2025 Fuente: REDR

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Aunque todos los tiempos en la vida del LEADER han sido tiempos azarosos, siempre moviéndose en el quicio difícil entre el entusiasmo de unos y la duda de algunos, ahora, y no es retórica, nos encontramos en un momento especialmente crucial. Nos enfrentamos a una situación que, sin ser nueva, se ha vuelto distinta y exige cambiar la perspectiva.

🖊️ Artículo de opinión de Jesús Casas Grande, presidente del Grupo Tragsa.

La Red Española de Desarrollo Rural cumple en estas fechas treinta años. Cumple treinta años y alrededor de la celebración sus rectores han tenido la feliz idea de realizar una publicación que aglutine visiones, orientaciones, y opiniones sobre el medio rural y las políticas públicas afines. Han tenido la lucidez de animar a todos a reflexionar sobre por donde debemos trenzar el futuro. Y tengo que agradecerles que hayan pensado en mí como una de las voces a incorporar. Y es para mí un honor tratar de poder aportar algo al debate.

Creo además que se trata de hacer una reflexión particularmente útil. Aunque todos los tiempos en la vida del LEADER han sido tiempos azarosos, siempre moviéndose en el quicio difícil entre el entusiasmo de unos y la duda de algunos, ahora, y no es retórica, nos encontramos en un momento especialmente crucial. Nos enfrentamos a una situación que, sin ser nueva, se ha vuelto distinta y exige cambiar la perspectiva. Porque por más orgullosos que estemos de todo lo hecho, los años vividos, como las aguas pasadas del río, ya no muelen en el molino. Ahora empiezan a correr otras aguas, y tal vez necesitemos de voces y ecos nuevos. Necesitamos, como dijo el poeta, “cantar siempre el mismo verso, pero con distinta agua”. Y por eso creo que es necesario, más que nunca, recuperar la reflexión, y reencontrarnos con el sentido y la justificación de todo esto.

El camino recorrido, no siempre limpio de abrojos, ha merecido la pena. En ese devenir hemos vivido ilusionados como durante estas décadas la idea de que el medio rural es algo más que un espacio de explotación y aprovisionamiento, que es un territorio vivo que solo será viable en la medida que pueda articular proyectos propios y específicos, ha crecido y crecido. Hemos vivido también la consciencia de que el sector primario, aunque es fundamental y esencial para configurar el territorio rural, definir paisaje, y arriostrar un desarrollo viable, no puede asumir en solitario la responsabilidad del desarrollo rural y que, siempre con el papel de soporte y elemento vertebrador esencial, debe atreverse a dar el paso a integrar otras políticas sociales, infraestructurales, ambientales para efectivamente pueda tener viabilidad. El futuro del medio rural no es solo sector agrario, pero difícilmente existirá futuro si no se impulsa y se empodera desde el sector primario.

Hemos vivido la reflexión solidaria de toda una sociedad sobre la situación de abandono y despoblamiento de gran parte de nuestra España interior, una reflexión que llegó a integrarse al máximo nivel en la agenda política de todos los gobiernos, y de todos los partidos políticos. Que se convirtió en desvelo para muchos por encontrar respuesta y revertir el signo de los tiempos.

Y hemos constatado la evidencia de que todo esto no se puede hacer desde la distancia ajena y aséptica. De que todo eso no se puede argumentar al margen de la gente, no se puede llevar a cabo desde el despotismo territorial y la instrumentalización al servicio de lo externo. Hemos sentido la ilusión de ver crecer los modelos participativos, la evidencia de la plasmación viable de las ideas que surgen desde la base. Nos hemos envuelto en las ganas de asumir protagonismo y responsabilidad territorial, en la voluntad de atreverse a hacer cosas. Hemos hecho en LEADER una realidad que, en donde nos han dejado tomárnoslo en serio, ha funcionado.

Ahora pienso que no solo ha funcionado, sino que creo que es la única visión organizativa que puede funcionar a futuro. Le he visto crecer en estos años, sortear dificultades, ganar independencia, dibujar sonrisas, crear economía, fortalecer territorios y convivencias. En resumen, triunfar. Aunque también es verdad que a veces en ese tiempo también le he visto caer en el exceso burocrático de los que piensan en el modelo poco menos que como un mero apéndice administrativo, lastrado por todos los excesos y las carencias que desgraciadamente maniatan el hacer de lo público.

Todo eso lo hemos vivido, en todo eso nos hemos sentido felices, y creo que, con el concurso de muchos otros, algo hemos avanzado.

Todo ese pasado, toda esa inercia, nos debe ayudar a vivir en un tiempo nuevo, y a poder plantar clara a esos nuevos, aunque siempre viejos, fantasmas que retornan por todas partes. Porque también durante estos años de avances hemos dejado muchos pelos en la gatera…. Tal vez demasiados.

Tenemos que quitarnos los entrecomillados definitivamente. No somos un aderezo intelectual con que adornar estafermos organizativos. La construcción territorial del mundo rural desde la base de un modelo abierto y participativo no es uno de los escenarios posibles, es el único camino viable. Digámoslo claro y alto. Sin sordina. La realidad tozuda nos dice que en los sitios en que no se hace así puede haber producción, puede haber economía, pero desde luego, no hay gente y, sin ningún género de dudas, en poco tiempo desaparecerá el territorio. Se podrán producir recursos para terceros ajenos y distantes, pero estaremos ante un vacío geográfico.

Y desde este criterio, los modelos de intensificación económica de la actividad sólo tienen razón de ser si son generosos con el territorio, si concentran el valor añadido en la zona de producción, si abren expectativa a lo local, si de alguna forma defienden un conjunto armónico que integre todas las visiones. No nos acabamos de poner las “gafas de ver en rural”, y toda acción, toda acción que se desarrolle en el territorio rural tiene que mirarse a través de esas gafas. Debemos recordar que nuestro medio rural no es un espacio vacío, y que su acelerado retorno al vacío es un retorno a la nada, es la caída en el silencio. ¿Podemos aguantar un país donde su mitad sea olvido, silencio, abandono, e incendios forestales? Yo no lo quisiera. Pero evitarlo no es solo una cuestión de inversiones o de detalles simpáticos. Impedirlo supone articular, imbricada y poliédrica, una política de Estado que aspire a dar respuestas estables a largo plazo.

Tenemos miles de casos ejemplares, tenemos centenares de proyectos piloto, decenas y decenas de acciones demostrativas. Y eso está bien. Está bien, pero no es suficiente. Tenemos que dejar de pensar en lo pequeño, por hermoso que nos resulte, para empezar a movernos en aquello que tenga alcance general. Esto no se construye pieza a pieza. Necesitamos una especie de “código general” sobre cómo cuidar e intervenir en el territorio. Esto no se va a resolver por la suma de acciones concretas, por bienintencionadas y positivas que resulten. Esto solo se podrá resolver desde una praxis general que abarque a todo desde todos los ámbitos. Hay que generalizar la visión trasversal.

Creo que para ello tenemos que simplificar el lenguaje y los argumentos. En los últimos años estamos viendo crecer una deriva lamentable en que no pocas voces populistas, simplistas y desenfocadas en el mejor de los casos, van encontrando acomodo emocional en las personas y en las conciencias. Frente a ello nuestro lenguaje y nuestro hacer no puede este poblado de “palabros y silogismos” que resultan francamente indigeribles, incomprensibles y ajenos, y en no pocos casos claramente indigestos. Esa distancia emocional que puede producirse entre el lenguaje de nuestras capacidades y su escucha por la sociedad rural es campo abonado para que lo arrasen los demonios del odio, de la confusión, del victimismo, de racismo, del miedo convertido en arma. Tenemos que recuperar la normalidad de las formas, oír más para hablar mejor, volver a explicar lo obvio porque no hay nada más difícil que hacer ver lo evidente cuando los ojos ya están nublados por el humo de la confusión.

Tenemos la obligación moral de seguir ahí. Treinta años no son pocos, pero no serán nada si no logramos volver a confundirnos con la tierra y el viento, volver a latir con el territorio, volver a devolver la esperanza y la ilusión. Tenemos que seguir ahí porque está en juego algo más que un sueño, está en juego la construcción de un país digno en toda su extensión.

Este artículo forma parte de una serie de publicaciones en las que responsables de diferentes instituciones, entidades, empresas privadas... elaboran un artículo de opinión en el que valoran estos últimos 30 años de la Red Española de Desarrollo Rural (REDR). Cada semana, publicaremos un nuevo artículo. 

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