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Entrevista a Agustí Hernández, creador de varios proyectos sobre despoblación rural: 'No somos conscientes de lo que significa la pérdida de un pueblo abandonado'

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Desarrollo Rural

08 de enero de 2015 Fuente: Verkami / REDR

Els paisatges de l'oblit' (Consell Valencià de Cultura, Generalitat Valenciana, año 2006) y ha sido comisario de la exposición ‘Pobles abandonats. 

Agustín Hernández lleva más de una década recorriendo los pueblos abandonados de la Comunitat Valenciana y del resto de la Península Ibérica. Es coautor del libro ‘Pobles abandonats. Els paisatges de l'oblit' (Consell Valencià de Cultura, Generalitat Valenciana, año 2006) y ha sido comisario de la exposición ‘Pobles abandonats. Pobles en la memòria', del Museu Valencià d'Etnologia de la Diputació de València (años 2007-2012). Además, es el administrador del blog Pobles valencians abandonats y recientemente ha terminado los libros 'Pueblos valencianos abandonados. La memoria del silencio' y 'Pueblos abandonados de la Península Ibérica'. Ambos libros fueron apoyados por la REDR a través de la plataforma de micromecenazgo o crowdfunding Verkami.

Texto y entrevista: Oriol Rodríguez, publicado en Verkami.

¿Cómo se inició tu interés por los pueblos abandonados?

Desde hace unos veinte años, aproximadamente, llevo haciendo excursiones por el mundo rural. Primero en bicicleta de carretera, luego en bici de montaña y también a pie. Percibes el entorno, el paisaje, un territorio que cambia, y que en muchos casos es una traslación de cómo es el ser humano que lo habita o ha vivido. La acción humana sobre el territorio y lo que se genera de esa relación siempre me ha parecido interesante. En esa coyuntura, hubo un momento donde hice un reportaje en el municipio de Llucena para la extinta televisión pública valenciana sobre un reitero que cantaba los bureos de las masías. A posteriori, con él, varias personas fuimos a conocer los caseríos abandonados de ese entorno, su mundo, que a mí personalmente me encanta. Era finales de los años 90 y desde ese momento empecé a ver con otros ojos ese entorno rural y especialmente los lugares despoblados. También tuvo mucha importancia que en 2003 me encargaran un reportaje en Mètode, la revista de divulgación científica de la Universitat de València, sobre pueblos abandonados, donde tuve que hacer un cierto trabajo de investigación.

¿Tienes algún método para descubrir estos lugares abandonados?

La cartografía civil y militar es una buena herramienta. También analizar lo que se ha publicado sobre pueblos abandonados: primero en libros y revistas, después Internet (blogs, Facebook ...), pero lo más importante es tener delante un mapa e imaginar cómo puede ser el lugar que encontrarás. Así hemos hecho muchas de las excursiones. Un montón de cuadraditos rojos (viviendas en los mapas) en un entorno donde no hay comunicaciones o sólo son sendas y pistas, fuertes pendientes y barrancos. Donde hay núcleos de población habitados muy pequeños, quiere decir, casi con toda probabilidad, encontrar un lugar solitario. Interpretando el mapa y con una cierta idea de cómo es el mundo rural y cada área, puedes intuir qué encontrarás cuando vayas. Ha sido apasionante, y lo sigue siendo, porque significa encontrar lugares muy concretos que incluso en Internet o Google Maps no puedes encontrar fotos (sólo en el segundo caso los puedes intuir en vistas aéreas). Tienes una cierta sensación de estar descubriendo algo, no sólo para ti, sino para más personas.

Hasta ahora, has publicado tres libros, has realizado una exposición y administras un blog. ¿Todos estos proyectos tienen una finalidad lúdica o, por el contrario, también intentan que la gente tome conciencia del patrimonio y las raíces que se van perdiendo con el abandono?

Se debe combinar la finalidad lúdica con la divulgativa. Yo nunca me he dedicado profesionalmente a los pueblos abandonados. Han formado parte de mi tiempo libre. Cuando vas de excursión a un pueblo abandonado, también vas a disfrutar del paisaje. Es decir, un entorno que desconoces y donde te podrás recrear con las vistas, los caminos, las sendas, elementos patrimoniales como ermitas, molinos, estructuras de piedra... y toda la obra de la ser humano sobre el territorio. Pero también, como dices, sabes que fotografiarás el lugar y lo mostrarás, y esto contribuirá a crear una cierta conciencia de la necesidad de conservación. En cierta modo, el proyecto es disfrutar de la naturaleza, compartir tiempo y camino con otras personas, y reutilizar las fotos y experiencias para la divulgación. Un buen excursionista debe ser una persona que comparta su tiempo, esfuerzo, vivencias... Esforzarse tiene su recompensa: vistas paisajísticas, encontrar cosas que quizá poca gente ha visto, poder fotografiarlas y divulgarlas. También es guardar para el futuro algo que quizás desaparecerá, porque es parte del proceso de cambio y evolución del territorio. Por ejemplo, recientemente he estado en algunos pueblos abandonados que serán sumergidos próximamente, y tenía la sensación de que estaba fotografiando un lugar único, y que esas 300 fotos aproximadamente se convertirán en una especie de futuro testimonio fotográfico. Las habitaciones de las casas, las zapatillas bajo las camas, las camas y cunas, las cocinas, el comedor con mesas y sillas ... desaparecerán con todo lo que esto significa para cada familia y persona, individualmente y también como comunidad.

¿Como sociedad somos conscientes del patrimonio que estamos perdiendo?

Como sociedad no somos conscientes de lo que significa la pérdida de un pueblo abandonado. Patrimonio como un núcleo que se ha formado y conformado a lo largo del tiempo y ahora desaparecerá, pero también como un espacio que tiene elementos significativos desde el punto de vista artístico, o que en sí mismo es una muestra representativa de una forma de entender la relación del ser humano con su entorno. Pero debemos tener en cuenta que cada casa es una propiedad privada, y hay una serie de intereses, algunos muy legítimos, alrededor de estos lugares deshabitados. En cuanto a los usos que se podría dar, o que ya se están dando, hay la gente que pasa o que va a pueblos abandonados a hacer senderismo. También hay personas que buscan una segunda residencia. Otros que quieren llevar a cabo un proyecto de vida en un lugar despoblado. También hay quien busca fenómenos paranormales. O convertir un despoblado en un lugar turístico o educativo. Son muchas, las opciones. De ello intenté hablar en mi último libro, Pobles abandonats de la Península Ibèrica.

¿Qué medidas crees que se deberían tomar para proteger todo este patrimonio?

En los casos que sea necesario, tomar medidas legales, pero en casos muy concretos: conjuntos históricos, edificios, caminos... Debemos tener en cuenta que a estas alturas muchos elementos protegidos no se gestionan correctamente y quizás habría que insistir en ese punto, incorporando más elementos protegidos si realmente tienen un valor. Es imposible proteger todos los lugares deshabitados. En otro orden de cosas, no creo que sea oportuno rehabitar todos o una parte significativa de los pueblos, caseríos o aldeas deshabitadas. Además, debemos pensar que un pueblo abandonado o sus casas tienen propietarios. Pienso que el hecho de que un sitio haya estado habitado en el pasado no quiere decir que necesariamente tenga que volver a estarlo en el presente o futuro. Contrariamente, hace un siglo, cuando el mundo que hoy entendemos en proceso de despoblación estaba habitado, había una fuerte presión sobre el entorno que hoy la sociedad difícilmente entendería. Hoy la montaña, el interior, el mundo rural... tiene otras funciones, complementarias con la ciudad o las áreas de mayor población. Y no es cierto que el mundo rural no tenga vida o potencialidad. Por el contrario, hoy día en él se hacen muchísimas actividades o se pueden hacer: deporte (ciclismo, senderismo, rafting ...), turismo cultural, agricultura, caza, setas... El problema es cómo contabilizar que esto sea rentable para la persona que vive en el mundo rural y para los que sólo acuden a él unas horas a la semana, al mes o al año. Sobre los pueblos abandonados, diría que las condiciones que provocaron su despoblamiento, en muchos casos siguen existiendo, por lo tanto, no encuentro por qué debería variar la situación. Sí hay colectivos que estarían dispuestos a vivir, al menos durante un tiempo, en estos lugares. Si me preguntas mi opinión, creo que si se quiere dar vitalidad al mundo rural, se debería fomentar la vuelta a los lugares del enclaves rurales que tienen viabilidad y no tanto recuperar los pueblos abandonados o lugares que ya han perdido su viabilidad.

¿Cuál es el pueblo abandonado que más te ha impresionado? ¿Dónde te refugiarías?

De pueblos abandonados que me han emocionado hay muchos, y en muchas partes. En el País Valencià destacaría lugares como Jinquer, La Granella, Los Mores y las masías próximas al Barranc de Santa Ana, el Mas d'Escrig... También Las Dueñas (Teruel), Otal (Huesca) o Sant Romà de Tavèrnoles, Montesqui, Aramunt Vell y Erillcastell (en Lleida). Muy bonitos, también, me han parecido Vea, Acrijos y Peñalcázar (Soria) o Las Ruedas de Enciso (La Rioja), entre muchos otros. Llegar a alguno de estos sitios ha sido una proeza y te traslada en el tiempo a otra época, en medio de un silencio con nombre y apellidos y una avalancha de olvido. Es como si estuvieras en una atalaya que otra persona, en otra época, pisó mientras volvía a su casa caminando por esas calles y esperanzas. Por otra parte, también tengo que decir que en estos lugares se sienten muchas emociones, pero yo nunca viviría en un pueblo abandonado. Estoy muy a gusto en un entorno urbano o semiurbano donde puedo ir a la mayoría de lugares sin la dependencia del vehículo, y donde puedo relacionarme e interactuar con otras personas. Obviamente, esto, en un pueblo abandonado o en un núcleo de población con pocos vecinos sería imposible. Si me preguntas donde volvería de excursión, diría los lugares que ya he comentado u otros como La Estrella, Moya o Santa María de Cameros. Casi todos están en el último libro que he publicado este pasado mes de noviembre, Pobles abandonats de la Península Ibèrica.

Personalmente, ¿qué te ha aportado el descubrimiento de todos estos lugares?

Muchas cosas. Ir a un pueblo abandonado y figurarte cómo vivía la gente allí es comprender que cualquier tiempo pasado no fue mejor. En un pueblo abandonado comprendes por qué hoy millones de personas emigran buscando una vida mejor. Y te pones en su lugar. Un pueblo abandonado es paisaje, silencio, belleza, ver cómo la naturaleza vuelve a ocupar lo que un día fue suyo. También te hace más consciente de tu existencia. De nosotros mismos como personas, como sociedad y como comunidad. De que el tiempo desmonta vidas y esperanzas, pueblos y caminos. Que cada momento y cada experiencia caminando para llegar a estos lugares y estando allí es única e irrepetible. Recuerdo prácticamente todas las excursiones que he hecho. Disfrutarlas es revivir lo que has compartido y pensar lo que te queda por vivir, entre el silencio de días de mistral y tramontana, niebla o nieve. Por eso me gusta compartir la experiencia con más gente en presentaciones y charlas. Muchas personas me han dicho que se han hecho el ánimo y han ido a lugares como Jinquer, La Granell, Las Dueñas, Ainielle... y les ha encantado como lugar, pero también por las sensaciones del camino y de estar allí. Creo que conocer estos lugares también nos hace más personas y ciudadanos. Como periodista, es una enorme satisfacción poder compartir lo que he vivido, e invito a cualquier persona a que haga el mismo camino: desde buscar una referencia en internet, buscar en el mapa, y montarse su propia experiencia. Caminando se hace amistad, se ama, se vive, se piensa, se reflexiona. En una atalaya o un acantilado disfrutas de la vista y del tiempo. Hacer unos libros como los que he hecho y conocer gente que vivía allí me ha permitido entender mejor que muchas veces tendemos a idealizar el pasado y masacrar el presente. También te das cuenta hasta qué punto el arraigo es un sentimiento universal. Al igual que yo puedo pensar que la Horta de Valància es mi paisaje próximo, y forma parte de mi patria más íntima, con los momentos que recuerdo de cuando era pequeño; hay personas que, a pesar de estar viviendo en otro lugar, tienen en el corazón y sueñan con otros espacios o pueblos, incluso que ya han desaparecido, porque son su pueblo. Caminar por praderas infinitas, casi escalar por caminos empedrados, ver el ciclo de la naturaleza a la vez que intuyes una presencia humana, oler el rocío e intuir la serena o el amanecer son experiencias únicas. Mirar desde el umbral y ver el interior de un lugar abandonado hace 50 años, siendo consciente de que tal vez seas el último que lo haga antes de que la casa se caiga, también es una experiencia.

Más allá de periodista eres poeta, imagino que estos parajes habrán inspirado tu obra literaria

Sí, claro. De todas formas, escribir de pueblos abandonados queda lejos de lo que es redactar noticias y reportajes. Respecto de los poemarios, uno de ellos, La Tramuntana fugaç, es la vida de un campesino que termina viviendo solo, enloquece y muere. El poemario son sus reflexiones. Es un libro al estilo de la obra maestra literaria de referencia sobre esta temática: La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. Otros poemarios como Camí de camins, El solc de la sénia o Els llavis de la mort, premiados en diversos certámenes, porque antes me presentaba a concursos literarios, también hacen múltiples referencias a la vida en las masías o zonas rurales y la relación con el paso del tiempo y la naturaleza. Realmente te das cuenta que el silencio es una metáfora de nuestra vida, o más exactamente de la infinitud anterior y posterior a ella. En cierta medida, cuando caminas hacia estos pueblos abandonados, o estás en ellos, tienes la sensación de que ya eras parte del espacio, de la naturaleza, de esa solana donde estás, y que volverá al día siguiente, cuando tú ya no puede pisarla, de ese mistral que ahora te sacude, y que mañana soplará de nuevo, o de esa una puesta de sol que volverá a embellecer con tonos ocres y rojos el horizonte, para las personas del mañana como lo hizo para las personas que vivieron en el pasado. Allí, en descubres, más que nunca, que eres parte de la naturaleza y del silencio, presente e historia.

Tu último proyecto, "Pobles abandonats de la Península Ibèrica", traspasa los límites del País Valencià. ¿A pesar de las distancias geográficas hay algún rasgo común en el despoblamiento?

Claro, el éxodo rural es un fenómeno global. No está acotado a València, ni España, ni Europa. Es un fenómeno de todos los tiempos, y en todas las sociedades. Mira la China. Desde hace unos años hay una importante concentración de la población en los núcleos más importantes, y un éxodo del campo a la ciudad similar a lo que ocurrió aquí los años 60. Lo mismo en la India. La gente siempre ha querido mejorar sus condiciones de vida, ir donde intuía que viviría mejor. Ese sentimiento hoy es tan vigente como hace 50 años. Pienso por ejemplo la cantidad de jóvenes con muy buena formación que aspiran a un nivel de vida y un trabajo digno y emigran. No es una mentalidad tan diferente de la de aquellos jóvenes que, impulsados por sus padres, o toda la familia junta, dejaron sus casas en espacios como las zonas más deprimidas del Sistema Ibérico, el Prepirineo, amplias zonas de la Meseta... Todos y todas, en cierta medida, somos emigrantes. Emigrantes han sido nuestros antepasados, o podemos serlo nosotros en cualquier momento. Y el libro, este último pero también los anteriores, muestra una parte del impacto de ese fenómeno sobre el territorio. También tenemos otros éxodos igualmente forzados por el llamado interés general: construcción de embalses. Y las catástrofes (terremotos, inundaciones, pantanadas, aguaceros y diluvios...) que también han hecho desaparecer pueblos y núcleos a lo largo del tiempo.

Porque, históricamente, ¿cuándo se inició este proceso de despoblamiento y cuál fue su momento culminante?

El éxodo rural, en el caso de la Península Ibérica, se produce en dos grandes momentos. El primero fue durante el siglo XIX hasta la Guerra Civil. Y el segundo gran éxodo, el más importante y reciente, durante el franquismo, especialmente hacia la mitad y el final. En medio, la posguerra detuvo un poco el proceso de emigración. El momento de máxima ocupación del mundo rural, al menos en número de habitantes, se da hacia los años 1900-1910, cuando ya había éxodo. La emigración fue muy significativa hacia las ciudades o grandes núcleos de población, y al mismo tiempo, dentro del mundo rural, hubo una concentración de la población que quedó en los núcleos más grandes o con más y mejores servicios. El crecimiento de las ciudades viene producido no sólo por una reducción de la mortalidad y un aumento de la natalidad, sino también por ese desplazamiento de población. Madrid, Barcelona, València, Zaragoza, Bilbao y los núcleos próximos a ellas... crecen en número de habitantes de forma muy significativa en pocas décadas, a pesar de ser un proceso continuado durante siglos. Ahora se da el fenómeno contrario. Las grandes ciudades cada vez se expanden más, como una especie de mancha de aceite donde se unen a pueblos y ciudades cercanas y forman áreas metropolitanas. Hay un continuo de población, dividido en uno o varios municipios, con núcleos históricos y sus ensanches, polígonos, zonas verdes, chalets, nuevas áreas residenciales... Algo que va ligado a una mejor percepción de la vida en los pueblos, una mejora en los servicios y las comunicaciones, y también un abaratamiento del precio de la vivienda a medida que te alejas del centro de esa área.

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