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El fantasma de la despoblación

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Desarrollo Rural

19 de septiembre de 2016 Fuente: aragondigital

La provincia de Teruel es quizá el paradigma más evidente de una situación que algunos califican de irreversible.

Poco a poco el mundo rural se está quedando vacío. Es como un goteo insistente y silencioso que va dejando a muchos pueblos y aldeas de la geografía aragonesa con un número de habitantes inferior a la centena. Además, la gran mayoría supera los sesenta años. Esta situación es una muestra evidente de lo que el escritor Sergio del Molino retrata a la perfección en su novela "La España vacía". Es verdad que la sangría demográfica comenzó a finales de los años 50 del siglo pasado y se agudizó en las décadas posteriores, pero ahora se manifiesta, tal vez, con más crueldad cuando comprobamos que, incluso comarcas más o menos favorecidas por el mantenimiento de algún tejido industrial, se ven afectadas por el fantasma de la despoblación.

La provincia de Teruel es quizá el paradigma más evidente de una situación que algunos califican de irreversible. La mayoría de comarcas se están quedando con uno índices de población que igualan a los de Laponia, por citar a una de las regiones más despobladas del planeta. Lo que comenzó afectando a las comarcas del Jiloca, de Gúdar-Javalambre o de las Cuencas Mineras se está extendiendo a la comarca de Androrra-Sierra de Arcos, que está perdiendo puestos de trabajo debido al cierre de las últimas explotaciones mineras. Además, sus habitantes viven con preocupación del futuro de la térmica de Andorra, eje sobre el que gira la economía de esta comarca turolense. Como es lógico, sus habitantes se están movilizando al comprobar que son ya casi tres meses de agonía, pues la térmica turolense ya no quema carbón nacional y está a la espera de una decisión del actual gobierno provisional de España al que se acusa de falta de voluntad negociadora. Son siete los pueblos de esta comarca los que se están viendo afectados. Y todos ellos han perdido población en los últimos años, incluso Andorra, la capital comarcal.

Ante esta situación, que nos recuerda lo que ocurrió en Utrillas, en Aliaga o en Escucha a finales del siglo pasado, está claro que habría que buscar alternativas de futuro fiables y consistentes. Estas actuaciones deberían ir más allá de las explotaciones a cielo abierto previstas entre Oliete y Alcaine o en Castel de Cabra. Por no hablar del proyecto de instalación de una mina a cielo abierto de arcillas blancas en el término municipal de Aliaga, en el valle de Santilla, unánimemente contesta. Pero, ¿cuáles son las alternativas que puedan asentar y consolidar la población de estas comarcas tan deprimidas? Está claro que el turismo rural puede, en algunos casos, paliar este éxodo progresivo de habitantes y promocionar algunas poblaciones. Pero estas iniciativas - muy loables en el caso de Aliaga con una nueva ruta senderista - son a todas luces insuficientes, pues sólo se limitan a los tres meses del verano. Lo ideal sería buscar alternativas a las minas de lignito y seguir la misma línea de reindustrialización que se llevó a cabo en Utrillas con la creación de la empresa auxiliar de automoción Casting Ros en Utrillas.

El efecto vacío, el síndrome del abandono del medio rural, la huida masiva del campo a la ciudad se advierte más durante estos primeros días de septiembre. Porque hay un contraste brutal entre la población flotante que anima las calles y plazas durante los meses estivales y la soledad y el silencio que anticipan, un año más, un duro y largo invierno.

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