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Análisis sobre la realidad de los micropueblos de Cataluña

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Desarrollo Rural

27 de enero de 2016 Fuente: ARA.cat

En los pueblos de menos de 500 habitantes viven el 2% de los catalanes pero custodian un tercio del territorio

Hay 948. Esta es la cifra oficial de municipios que tiene Cataluña, después de que el año pasado Medinyà (Gironès) se separara de Sant Julià de Ramis. Casi un millar es una cifra bastante alta para rehuir homogeneidades, pero la presencia de un ayuntamiento sí que es un rasgo común de todos. Montañosos o costeros, agrícolas o industriales, gobernados por un partido u otro, lo que más marca su realidad es el volumen de la población que acogen. Después de todo, este es el factor que determina los ingresos que reciben.

Dentro de este fenómeno tan diverso, son los pueblos más pequeños, los micropueblos, los que configuran una realidad paralela, alejada de los focos. Desde la quietud de sus calles y de sus paisajes, luchan para sobrevivir al despoblamiento masivo de los años 60 y 70, haciendo de custodios de buena parte del territorio. Un par de datos demuestran esta disparidad.

Actualmente, los municipios de menos de 500 habitantes son un tercio del total, al tiempo que ocupan un tercio del territorio catalán, y buena parte de los recursos naturales. Por el contrario, sólo aglutinan un 2% de la población. Ahora bien, algo se ha movido en los últimos años. Sea por la búsqueda de una vida más tranquila, por la mejora de las comunicaciones, por la pérdida del estigma asociado al hecho de ser de pueblo o bien por el valor añadido de los productos de proximidad, lo cierto es que en los últimos años han conseguido atraer nuevos habitantes y, incluso, se han rejuvenecido un poco. Es cierto que no en todas partes ha pasado igual, y que estos aumentos de población se han producido sobre todo en municipios no tan pequeños. También es cierto que los pueblos pirenaicos o los del sur de Cataluña continúan perdiendo población, pero sí se puede observar un cambio de tendencia cada vez más consolidada.

Lo explica María Carmen Freixa, presidenta de la Asociación de Micropueblos de Cataluña, una entidad surgida en 2008 con la intención "de actuar como lobby". Desde la asociación, que es de participación voluntaria, explican su creación porque entendían que los intereses de los pueblos más pequeños no estaban suficientemente resguardados, tampoco a las asociaciones municipalistas tradicionales. "Cuando se planifican las políticas no se tiene en cuenta nuestra realidad", asegura Freixa. No lo ve de la misma manera el profesor de geografía de la UdL Jesús Burgueño, uno de los ocho expertos que trabajaron en el informe Roca del año 2001 que tenía que poner las bases para una reordenación territorial amplia que, a pesar de que no tenía en los pueblos más pequeños su principal objetivo, sí que defendía la fusión para hacerlos más eficientes y, sobre todo, para ofrecer un mejor servicio al ciudadano.

Una cuestión tabú

La reforma territorial altera el equilibrio entre partidos políticos

Los cambios en la administración son más complicados de lo que podría parecer a simple vista. Burgueño recuerda que la ley municipal y de régimen local de Cataluña, aprobada en 2003, fija dos condiciones muy claras para la creación de nuevos municipios: que tengan más de 2.000 habitantes y que tengan como mínimo tres kilómetros de franja de suelo no urbanizable respecto a sus vecinos. El Parlamento, sin embargo, si lo considera conveniente, puede saltarse estos preceptos. En los últimos años lo ha hecho dos veces: en Medinyà y La Canonja (Tarragona). "Siempre es más grato crear, porque suprimir tiene unos costes", argumenta el geógrafo, crítico con unas decisiones que sólo responden a "dinámicas locales".

Burgueño, aunque se niega a reducir el debate de la reorganización territorial a los pueblos pequeños y apunta a las comarcas y sobre todo a las diputaciones -o vegueries- como el esquema debería cambiar, lamenta que estos cambios dependan tanto de los equilibrios políticos de cada momento y de la necesidad de gustar o no a los gobiernos de turno. Tiene un recuerdo un poco triste de cómo terminó el informe Roca, con la imposibilidad de llevarlo a la práctica, aunque también da por hecho que la organización interna de Cataluña debería ser una competencia exclusiva de Cataluña. Hay reformas que serían útiles para todos y en el que incluso coincide con la Asociación de Micropueblos, como cambiar el mecanismo de financiación de los consistorios porque no sólo se tuviera en cuenta la población, sino que también se introdujeran mecanismos para compensar la dispersión de la población o el tamaño del término.

Volver al punto cero

El informe Roca se hizo en 2001 pero no se ha puesto nunca en práctica

¿Es necesario que el Ayuntamiento de Lleida forme parte de la diputación provincial, cuando el siguiente municipio más grande de la demarcación tiene 15.000 habitantes? Se lo pregunta Burgueño, que aboga por cambiar las cuatro diputaciones por veguerías, o incluso manteniendo el nombre original pero haciéndolas más uniformes. Además, cree que los consejos comarcales tendrían más sentido si fueran un verdadero organismo de representación de los alcaldes, sin cargos designados por los partidos. Sea como sea, la flexibilidad y el estudio caso por caso deberían ser la norma. Fusionar los tres ayuntamientos del Valle de Cardós en uno solo, ejemplifica, no debería restar identidad.

Freixa, por su parte, vería una derrota absoluta en la desaparición de cualquier pueblo. Los considera la primera línea de atención al ciudadano, y ve los alcaldes como los primeros interesados ´┐¢´┐¢en dar la cara, sobre todo en pueblos en los que todo el mundo sabe dónde vive y qué hace. Cree que son los encargados de resolver los problemas reales frente a una administración que desconoce su realidad y que no la tiene en cuenta. En la práctica ya mancomunan todos los servicios que pueden para ahorrar, como es la recogida de basuras, explica. "El discurso es bonito, pero no es real", replica Jesús Burgueño, que considera que la gestión pública requiere cierta distancia y que la proximidad también puede llevar a prácticas más bien discrecionales. No es una cuestión de ahorro, dice, sino tan sólo de hacer la administración más eficiente con la creación de un espesor mínimo de población.

Los pueblos no se abandonan

Los núcleos habitados son más de un millar, con realidades diferentes

Aunque en el imaginario colectivo puede haber la idea de que en Cataluña hay pueblos abandonados, la realidad es que de ayuntamiento no se ha perdido ninguna. Otra cosa son los pequeños núcleos habitados, aldeas o casas que han quedado sin gente, pero que dependen de algún pueblo más grande. "La Generalitat no puede dejar este tema", urge Burgueño. Sin imponer nada, pero sí haciendo propuestas e incentivando que haya estos cambios, porque cuando se producen demuestran que son útiles.

"Ya no hay tanta diferencia entre vivir en un pueblo o en una ciudad", considera Freixa, que cree que cada vez más gente acepta que la calidad de vida en los pueblos pequeños es mayor que en las ciudades.

¿Es la agrupación su garantía de supervivencia? ¿Lo es dejarlos como están? Custodios del territorio y del legado que representan siglos de historia, los pueblos más pequeños luchan para sobrevivir sin que el ruido de las grandes ciudades permita siempre escuchar su voz.

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