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El mundo rural: el gran olvidado de las políticas mediterráneas de la UE

26/04/2016 Área: Exclusión social Fuente: Política Exterior

Las vulnerabilidades del mundo rural en el Sur del Mediterráneo han sido un elemento importante. Nadie puede negar que la inseguridad alimentaria, el aumento de los precios de los productos de primera necesidad, los efectos devastadores del cambio climático y el deterioro del medio ambiente han desempeñado un papel, si no decisivo, cuando menos significativo, en su origen. Incluso en Europa se han visto manifestaciones de campesinos y de granjeros que cortaban las carreteras y expresaban su enfado frente a la codicia de las grandes superficies que obtienen importantes beneficios a su costa. Es decir, los mundos rurales, tanto al Sur como al Norte del Mediterráneo, se enfrentan a graves problemas, aunque de naturaleza e intensidad diferentes.

Naturalmente, es en el Sur donde las vulnerabilidades y las limitaciones son más importantes. Es ahí, de hecho, donde el mundo rural se encuentra muy abandonado por las autoridades públicas locales y olvidado en las políticas mediterráneas de la Unión Europea (UE). Recientemente, se aprecia una mayor concienciación con los planes de desarrollo regional y rural adoptados por los países mediterráneos y con la mayor atención que presta la UE al mundo rural. Pero no parece que esta nueva orientación haya dado lugar a un círculo virtuoso para sacar a la población rural de la pobreza, el analfabetismo y el abandono.

Sin embargo, el mundo rural desempeña un papel fundamental en los equilibrios sociales y territoriales, y es incluso un vector de identidad, como realidad social y paisajística. ¿Cuál sería, de hecho, el futuro de un país si sus campos quedasen abandonados por la marcha de una población que "ya está harta de trabajar por cuatro duros" al no existir un desarrollo rural sostenible, una agricultura dinámica y rentable y seguridad alimentaria? ¿Cuál sería el futuro de un país sin arraigo en el espacio? Estas preguntas llevan a la reflexión especialmente en el Sur y Este del Mediterráneo, donde las dinámicas existentes hacen que la cuestión rural y agrícola tenga una importancia especial.

En primer lugar, y por encima de todo, tenemos la dinámica demográfica. La población mediterránea ha pasado de 290 millones en 1970 a 480 millones en 2015, y va a superar la barrera de los 530 millones hacia 2030. Pero los causantes de este crecimiento son, y serán, los países del Sur, en los que entre el 40% y el 50% de la población, y más de un tercio de la población activa, vive en el medio rural. Esta evolución demográfica, junto con unas políticas económicas desequilibradas y aleatorias, produce varios efectos negativos.

En primer lugar, la fragmentación de la superficie agrícola, lo que obstaculiza el aumento de la productividad y la modernización de la agricultura.

En menos de 30 años, la factura casi se ha duplicado, y lo peor todavía está por llegar, porque hoy se importa todo, desde la carne argentina, a la soja brasileña, el trigo canadiense, los quesos franceses o la leche holandesa. La evolución de los modelos de consumo es, en gran medida, responsable de esta dependencia.

El crecimiento demográfico provoca una fractura entre las ciudades y el campo, y entre el litoral globalizado por el turismo y un interior empobrecido y marginado. En todos los países del Sur del Mediterráneo, estas fracturas se incrementan y se amplían.

Así, la ciudad compite sin piedad con el campo por la tierra (un bien no reproducible) y el agua (bien escaso), y tiende cada vez más a transformar sus vínculos tradicionales con el campo. Hoy en día, la ciudad depende del exterior a través de las importaciones de cereales. El equilibrio ciudad-campo está roto.

El campo se toma la revancha de otra manera. Antes, el campo alimentaba a la ciudad. Hoy, tiende a "comérsela". En primer lugar, debido al  éxodo rural, el "pueblo" baja a la ciudad y la convierte en rural mediante un crecimiento espacial desmesurado, el desarrollo de la vivienda espontánea y no autorizada y la presión que se ejerce sobre las prestaciones de servicios y las infraestructuras escolares, médicas y de transporte. Esta ruralización que progresa lentamente debilita el concepto mismo de urbanita y agudiza los fenómenos de segmentación que convierten a la ciudad en una yuxtaposición de solidaridades múltiples y no coordinadas.

Si vamos un poco más lejos en la reflexión, podemos decir que el éxodo rural ha dado lugar a una verdadera "perversión del sentido de la ciudad", porque los recién llegados de origen rural se concentran por familias, tribus o pueblos. En dichas condiciones, el individuo queda atrapado en las redes de su colectividad que controla hasta sus más mínimos gestos, reproduciendo así el "conservadurismo del campo".

Todo esto exige una mejor coordinación de las autoridades responsables en todos los ámbitos, nacional, regional y local. La UE también tiene que movilizarse para volver a conectar las ciudades con el campo y para reducir los efectos negativos de las diferentes limitaciones y fracturas alimentarias.

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