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'Madres de día' gratuitas para los niños de pueblos vacíos de Galicia

10/07/2019 Área: Desarrollo rural Fuente: El Mundo

  • La Xunta paga a educadores por cuidar en sus casas hasta cinco niños a la vez en pueblos pequeños de Galicia sin guarderías.

Artículo de Olga R. Sanmartin, publicado en El Mundo.

Ézaro es una parroquia coruñesa de apenas medio millar de habitantes a la que se llega por una sinuosa carretera que atraviesa frondosos bosques de eucaliptos y termina en una cascada que cae directamente al mar. En la única calle del pueblo se emplaza Arenita de Colores, la casa-nido que la educadora Rocío Alonso (28 años) ha puesto en la planta baja de su propia vivienda, un edificio de piedra típicamente gallego en el que se crió la abuela de su novio. En el suelo, cinco niños de entre dos y tres años hacen juego libre. Suena Mozart. Las paredes no tienen pósters ni dibujos de colores, como ocurre en las guarderías metropolitanas, para no alterar la tranquilidad del ambiente. El plástico está prácticamente desterrado. Los juguetes son orgánicos, directamente de la naturaleza.

La pequeña Adela se entretiene metiendo pipas de calabaza en un bote. Su compañera Naia manipula troncos de leña, mientras Alex barre a su lado. Anxo está formando una fila con figuras de animales cuando llega Xoel para quitarle el caballo. Se miran fijamente durante unos segundos, retándose. Rocío se acerca suavemente hacia ellos y con mucha mano izquierda propone a Anxo que comparta el caballo con Xoel. Anxo se lo piensa, accede y la tensión se disipa. Se ponen a jugar juntos.

La escena resume cómo funcionan las cosas en este hogar alternativo de crianza. Rocío, que sigue el método Montessori, no impone ni regaña, sino que invita, propone, es asertiva. Tienen una zona de juego simbólico y construcciones, otra de exploración y otra de concentración junto al rincón de lectura. Al ser sólo cinco niños, no hay horarios establecidos como en las escuelas infantiles tradicionales. No se guían por el reloj, sino por el sonido de las campanas. Hacen una especie de slow life rural sin obligaciones ni prisas.

Buena parte de la mañana la pasan en la playa, o van donde Lupe a ver a las gallinas, o dan de comer a las ovejas, o ayudan a Joaquina a envasar la miel. En el huerto trasero de la casa, críos que aún no saben leer ni escribir plantan fresas y riegan tomates. Los viernes hacen pan. Al terminar de comer, siempre recogen su plato y se van a lavar los dientes sin que nadie les diga nada. Responden «a ti» cuando alguien les da las gracias. No lloran ni una vez.

«Aquí se hace un ritmo de vida lento, muy en contacto con la naturaleza, y los niños se contagian de esa tranquilidad; son más autónomos y responsables», asegura Rocío. «Hay una escuela infantil en el pueblo de al lado, pero las familias prefieren venir aquí porque el ambiente es más familiar y cercano y los grupos son reducidos».

Rocío tiene una de las 61 casas-nido que se han puesto en marcha de forma experimental en Galicia. Se trata de un proyecto piloto que se inspira en la idea de las madres de día, que son profesionales de la educación que ofrecen en su propio hogar un servicio de cuidado a niños menores de tres años en grupos muy reducidos, proporcionando un ambiente familiar y una atención personalizada.

Lo que hace la Xunta es institucionalizar este modelo de crianza alternativa que se inspira en las ideas de Montessori, WaldorfPickler Pestalozzi, pedagogos que propugnan el respeto hacia las decisiones y la libertad de movimiento del niño. Algo que hasta ahora se hacía de forma autogestionada y exclusivamente privada se financia en Galicia con fondos públicos con el doble objetivo de fomentar la conciliación laboral y profesional y retener y atraer a nueva población al mundo rural.

El único requisito es que la casa-nido se instale en ayuntamientos de menos de 5.000 habitantes donde no haya ninguna escuela infantil pública ni privada. La Consellería de Política Social sufraga con hasta 15.000 euros el coste de adaptación de la vivienda para convertirla en hogar de crianza y concede una ayuda económica a la promotora del negocio -que es autónoma- de 19.600 euros al año (viene a ser un sueldo mensual de 1.600 euros) para financiar los gastos de la actividad. A cambio, las familias tienen un recurso de forma gratuita y sólo deben poner la comida y pañales.

El modelo gallego es único en España. No hay otra comunidad autónoma donde se pague a las madres de día por su trabajo, según explica Silvia López, presidenta de la Red de Madres de Día, que añade que este tipo de crianza sólo está regulado y sometido a controles en Navarra, la Comunidad de Madrid y Galicia. En el resto de España estas educadoras se encuentran ante un vacío legal que contrasta con lo que ocurre en países como FranciaAlemania Reino Unido, donde el sistema está legislado y es muy corriente desde hace varios años.

Inés Gámez, presidenta de la Asociación de Madres de Día, avala la iniciativa gallega y explica que tener grupos reducidos (el máximo es de cinco niños) permite «atender mejor las necesidades de los pequeños», que, al criarse en una casa, mantienen una relación de apego seguro con sus educadores. «A estas edades necesitan un ambiente de hogar, no de institución. Cuando hay muchos niños juntos enferman más y están más nerviosos. Aquí no tienen el estrés de actividades de las guarderías. Todo es mucho más relajado y responde a lo que necesitan los niños: están bien atendidos, salen de paseo, conocen la vida del barrio...».

En la casa-nido de Rocío los padres tienen flexibilidad horaria para dejar y recoger a los niños. También hay menos exigencia por parte de la Xunta en los requisitos burocráticos que se precisan para montar el negocio: la casa debe estar bien iluminada, ventilada y acondicionada, tener un espacio de 20 metros cuadrados y poco más. Hay facilidades, asimismo, respecto a la cualificación exigida: se busca a personas con una carrera o FP relacionada con la atención a la infancia, pero, si no tienen esta formación, se les da un curso de 400 horas.

Mientras los niños duermen la siesta, Rocío cuenta que estudió la carrera de Educación Infantil y trabajó cuatro años en una escuela en Vigo. Se mudó a Ézaro porque a su novio le salió trabajo. «No me planteaba vivir en un pueblo, pero ahora pienso en quedarme aquí a largo plazo. No descartamos tener hijos, sobre todo pudiendo criarlos en casa. El trabajo lo permite y me ofrece una salida laboral que, de otra forma, no tendría en Ézaro», explica Rocío.

Algo parecido les ha ocurrido a los padres de Adela, jóvenes colonos en un pueblo envejecido que año tras año va perdiendo habitantes. Domingo Rodríguez (39 años) y Ana Trigo (35 años) cuentan que llegaron a Ézaro desde La Coruñaporque querían «cambiar de vida». «Trabajábamos 12 horas al día y vivíamos estresados, no teníamos tiempo para Adelita. Mi padre nos ofreció la posibilidad de quedarnos con el negocio familiar, un supermercado que está en la propia casa, y no nos lo pensamos. Nos sentimos genial y la niña, muy contenta. Estamos pensando en tener otro hijo. En La Coruña, con la vida que llevábamos, ni nos lo hubiéramos planteado», expresan.

A las 15.30 horas comienzan a llegar los padres, las madres y las abuelas a la vivienda de Rocío. No se marchan en seguida, como en la ciudad, sino que se quedan haciendo tertulia. Todos coinciden en que la casa-nido ha unido a las distintas generaciones del pueblo. «Estos niños han rejuvenecido Ézaro», sostiene Uja, la abuela del novio de Rocío. Esta mujer de 87 años nació y creció en el lugar donde ahora se educan Adela, Naia, Alex, Anxo y Xoel. Ahora es la abuela de todos. No hay día en que no se pase un rato a jugar con ellos.

MÉTODO MONTESSORI

La casa-nido de Rocío Alonso se basa en el método Montessori, que fomenta la autonomía de los niños. Los críos están parte de la mañana al aire libre, con los vecinos y sus animales. Luego juegan en los distintos rincones. Después de comer, recogen su plato y se asean. La educadora les pone música relajante para prepararse para dormir la siesta. A las 15.30 horas comienzan a llegar los padres para recoger a los niños. Las familias pasan un rato juntas.

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