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28/08/2013 Área: Exclusión social Fuente: El Periódico.com
Artículo de opinión del
economista Francesc Reguant, publicado originalmente en elPeriódico.com
Los medios de comunicación
comentan el retorno de personas al campo. Ante la crisis, la falta de
expectativas o de oportunidades en otras áreas impulsa a mirar de nuevo hacia
la agricultura, uno de los sectores que mejor han resistido la crisis. Este año
en Catalunya casi se han triplicado las solicitudes de ayudas, en relación a
cinco años atrás, para nuevas incorporaciones al campo. Pero este fenómeno
tiene también otras causas de mayor alcance temporal.
Desde los años 50, las comarcas
rurales han perdido población de forma intensa. La mecanización del campo
redujo drásticamente las necesidades de mano de obra, pero a su vez supuso la
pérdida de competitividad de las zonas donde esa mecanización era difícil o
imposible (en Catalunya, la mitad del territorio tiene más de un 20% de
pendiente). Pero esta tendencia se invirtió en los primeros años 90. Desde el
2000, la población de las comarcas rurales ha aumentado un 18%, y solamente los
dos últimos años se detecta un estancamiento, algo lógico dada la magnitud de
la crisis. ¿Qué ha cambiado para que se haya invertido la tendencia?
Básicamente, la mejora de las comunicaciones, sin desmerecer los esfuerzos
realizados en políticas de desarrollo rural y la propia dinámica de
consolidación del importante cluster agroalimentario, que se asienta
principalmente en áreas rurales.
La mejora de las comunicaciones
terrestres, principalmente carreteras, ha acercado las áreas rurales a los
centros metropolitanos. Eso ha facilitado la deslocalización de industrias y de
nudos logísticos, con el consiguiente crecimiento de núcleos de población
tradicionalmente rurales. A su vez ha impulsado el turismo rural y el
asentamiento de segundas residencias. Por otra parte, las tecnologías de la
información y la comunicación (TIC) han dado otro paso en el acercamiento de
las áreas rurales; el soporte telemático ha desvinculado muchas actividades
profesionales de una localización geográfica concreta, pasando a primar
aspectos meramente residenciales. En resumen, se está produciendo un fenómeno
de periurbanización creciente de todo el territorio, con sinergias claras a
favor del desarrollo agrorural. Efectivamente, el crecimiento de población y de
rentas permite recuperar la demanda de productos de proximidad y dar sentido
-vía cadenas cortas- a la producción agraria en áreas desfavorecidas.
Las tendencias señalan también
otras razones del retorno. El mundo se está apretando. A las nuevas demandas
alimentarias de una población creciente y más desarrollada, con dietas más
proteínicas y, por tanto, más exigentes en recursos, hay que añadir la presión
de demanda que ejercen los agrocarburantes en un escenario de tensiones
energéticas crecientes. Esta mayor demanda tiene un reflejo en los precios.
Desde enero del 2000 hasta julio del 2013 los precios de los cereales, según la FAO, han subido un 160%; el
azúcar, un 200%, y la leche, un 166%. Estos precios más remuneradores sitúan
nuevas tierras por encima de los umbrales de rentabilidad. A ello hay que
añadir interesantes progresos tecnológicos aplicables a zonas agrícolas
desfavorecidas.
Por otra parte, tanto la renovada
demanda de servicios ambientales como la mayor demanda energética darán nuevas
oportunidades a la actividad agroforestal. El uso de la biomasa de los bosques
no solo ofrece un combustible renovable sino que reduce el riesgo de incendios
y evita, en consecuencia, cuantiosas pérdidas. Además, terrenos de montaña hoy
marginales desde un punto de vista agrícola pueden ser válidos para
determinados cultivos con finalidad energética.
Estas tendencias probablemente
conllevarán un progresivo interés por recuperar viejas tierras agrícolas. Desde
la Administración
sería conveniente regularlo y facilitarlo. Para ello debe abandonarse la idea
de que el bosque es intocable. El 60% del territorio catalán es superficie
forestal y un tercio es superficie protegida, lo que sitúa a Catalunya como una
de las regiones europeas más boscosas y con mayor extensión protegida.
Buena parte de nuestros bosques tienen un origen reciente a partir de tierras agrícolas abandonadas. De hecho, una superficie compartida por cultivos agrícolas, prados y bosques diversifica la producción, da más vitalidad al paisaje, ofrece mayor seguridad frente al riesgo de incendios y tiene menos impacto sobre los recursos hídricos. El profesor Robert Savé cuestiona algunos estereotipos al observar, por ejemplo, que una viña de secano tiene un efecto sumidero de carbono superior al del bosque. Sin duda, en un escenario con recursos naturales más escasos sacar el máximo partido de los que disponemos pasará a ser una prioridad.
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