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La España rural que no se vacía

19/10/2018 Área: Jóvenes Fuente: El País

Almudena Pérez, de 17 años, y Gabriel Garretas, de 24, en Torremocha.

  • Pueblos pobres y distantes de la Sierra Norte madrileña espantan el fantasma de la despoblación. Su historia alegre de crecimiento contrasta con el ánimo en miles de municipios envejecidos

  • Artículo de Fernando peinado publicado en El País

Venturada y El Vellón son dos pueblos de la Sierra Norte madrileña tan pequeños que durante muchos años los niños aficionados al fútbol tenían que buscarse la vida en otros municipios para competir en las ligas regionales. Les pasa a muchos otros aficionados de la España rural, pero por fortuna para los pequeños de estos municipios recientemente han llegado suficientes vecinos para formar un equipo.

Desde hace cinco años, el Unión Deportiva Vellón Venturada tiene formaciones en todas las categorías, desde los chupetines de solo tres años hasta los senior. Los chavales de ambos pueblos entrenan en el campo de césped artificial de El Vellón con unas vistas idílicas de las montañas. A menudo escuchan mugir a las vacas y a los perros del pastor ladrando al regresar por la Travesía de la Dehesa a este pueblo de 1.834 habitantes, de los que casi 400 tienen 18 o menos años.

"Cuando yo era crío ni de lejos podría haber soñado con tener un equipo federado en este pueblo", dice el entrenador de equipo alevín, Guillermo Sánchez, de 22 años, que se alegra del progreso de sus jugadores en las ligas de la región. "Ahora estos chicos cuentan con una familia que les acompaña en su viaje por el fútbol".

El particular boom demográfico de estos y otros pueblos de esta comarca de alta montaña contrasta con el relato pesimista en la denominada España vacía. Más de 4.000 municipios corren riesgo de extinción por la despoblación y algunos apenas tienen niños para mantener escuelas abiertas, pero pequeños pueblos de la Sierra Norte madrileña abren colegios y polideportivos.

En las últimas dos décadas, los 42 municipios de la Sierra Norte han pasado de 17.500 a 26.000 habitantes, lo que ha insuflado una vitalidad inesperada a buena parte de esta comarca conocida como "la sierra pobre". Con una renta per cápita media un 30% menor que la del conjunto de la Comunidad de Madrid, la Sierra Norte es una de las comarcas más pobres de la Unión Europea. Durante décadas los pobladores de la zona vieron pasar de largo el crecimiento que benefició a otros pueblos madrileños.

Parte del impulso se explica porque la mancha de aceite del área metropolitana de Madrid ha comenzado a subir por las faldas de la montaña. Aunque una decena de pueblos alejados de la autopista de Burgos A-1 siguen estancados, los mejor conectados están despegando. Muchos a poco más de treinta minutos sin tráfico de la Plaza de Castilla, ven la llegada de madrileños que huyen de los altos precios de la vivienda en la capital. De los 42 pueblos de la comarca, 23 han crecido en la última década. Algunos son incluso más jóvenes que la ciudad de Madrid. Venturada tiene un 23% de vecinos de 18 o menos años, frente al 17% de la capital.

Jesús Fuente, de 46 años y su hija Irene, de 3, vecinos de Venturada, un pueblo de 2.032 habitantes que ha multiplicado por cuatro su población en 20 años.

Si el ritmo de crecimiento se mantiene, estos pueblos doblarán sus habitantes en menos de 20 años, según la proyección del geógrafo de la Universidad de Cantabria Pedro Reques. La expansión podría acelerarse a causa de la multimillonaria operación urbanística Madrid Nuevo Norte, aprobada el mes pasado, que prevé la construcción de 10.500 viviendas y un millón de metros cuadrados de oficinas al norte del Paseo de la Castellana.

Otro estímulo podría venir del Internet de fibra óptica, que acaba de llegar a los primeros municipios, facilitando las cosas a quienes quieran optar por el teletrabajo. Desde el mes pasado está siendo instalado en Venturada, donde sus 2.032 habitantes están recibiendo gradualmente la alta velocidad en sus hogares.

"Estos días es el principal tema de conversación. La gente resta los días para que extiendan la fibra a sus casas", dice Jaime Leonor, un técnico de calibración de laboratorios farmacéuticos de 38 años que calcula se verá beneficiado en menos de dos semanas. "Va a transformar la zona", predice haciendo eco de un presentimiento generalizado.

Uno de los que ya están sacando provecho al Internet de alta velocidad es el informático de 46 años Jesús Fuente, que teletrabaja desde Venturada un día a la semana. "La conexión de ADSL que tenía antes era más inestable y como ejemplo era muy complicado realizar reuniones por videoconferencia, cosa que ahora con la fibra no es ningún problema", dice Fuente.

Para este informático padre de dos hijas de corta edad, la posibilidad de tener una casa con jardín a un precio asequible compensa otros inconvenientes como la distancia de 50 kilómetros a Madrid. "La vivienda aquí vale tres veces menos que en Madrid", agrega Fuente.

La conexión por fibra óptica es una de las medidas estrella de las 60 contenidas en la Estrategia para revitalizar los municipios rurales de la Comunidad de Madrid, presentada en junio con un presupuesto de 130 millones de euros. Otras medidas incluyen subvenciones a empresas y un servicio de minibuses a demanda pensado para las actividades extraescolares de los niños.

De izquierda a derecha, Javier Puentes (25 años), Guillermo Sánchez (22) y Pablo Jiménez (25) entrenadores del alevín en la Unión Deportiva Vellón Venturada. El club se fundó en 2014 para dar respuesta al crecimiento de población en los dos pueblos.

Las medidas podrían ser una tabla de salvación para algunos pueblos pequeños de la comarca que temen por su desaparición. En la casa de niños de Montejo de la Sierra (356 habitantes) solo quedan dos matriculados, según Eva María Gallego, una educadora en excedencia que es alcaldesa de Madarcos, un pueblo vecino de 46 habitantes. "La gente joven tiene que sentir que vivir en un pueblo no es una losa", dice.

Pero a pesar de las carencias, los municipios privilegiados por su cercanía a la A-1 viven una etapa dorada. "Estamos que nos salimos", exclama el alcalde de Torremocha del Jarama, Carlos Rivera. Durante un paseo por su pueblo saluda con la mano a los paisanos con los que se cruza y cuenta satisfecho la transformación desde que tomó el bastón de mando en las primeras elecciones democráticas, en 1979.

Entonces el pueblo tenía 141 habitantes repartidos por unas pocas decenas de casas junto a una iglesia, una escuela, un lavadero y el ayuntamiento. Hoy Torremocha cuenta con 1.015 habitantes según el avance del padrón, un polideportivo con piscina y pistas de tenis, una escuela de música a la que acuden 80 niños y un centro empresarial que alberga a más de 25 emprendedores de la artesanía y la alimentación.

Cuando se reúne con alcaldes de "la España vacía", les cuesta creérselo, según Rivera: "Yo les digo que hay que ser optimistas. Hay que ilusionar a nuestros vecinos para que se queden e inviertan en el pueblo".

La Autopista A-1 de Burgos a su paso por Venturada. Recientemente este pueblo de 2.032 habitantes ha construido un polideportivo, un colegio bilingüe y un espacio de co-working. Después de años de espera acaba de llegar la fibra óptica.

Pero la receta es mucho más complicada para pueblos lejanos de las ciudades, según los expertos. La solución consiste en encontrar una fórmula para ser productivos, como por ejemplo sucedió con los invernaderos de Almería, apunta el geógrafo de la Universidad de Cantabria Reques. "Es difícil extraer lecciones del caso de la Sierra Norte porque el espacio rural es complejo y variado", señala Reques.

En la Sierra Norte el desarrollo no es igual de sencillo como en otras partes de la corona de Madrid donde ha sido fácil construir metro o tren de cercanías y urbanizaciones. La comarca es una zona protegida que cuenta con siete embalses que abastecen de agua a Madrid por lo que las edificaciones tienen límites. "El crecimiento dependerá de las necesidades que se planteen pero deberá respetar el medio ambiente", dice el Comisionado regional para la Revitalización de los Municipios Rurales, Rafael García.

Algunos alcaldes preferirían normas más flexibles. "Si el municipio acaba encorsetado, terminará muriendo", advierte el alcalde de El Vellón, José García Vela. Por lo general los alcaldes predicen que la colonización de la montaña continuará, lenta pero constante.

Para los "neorurales", nuevos pobladores que llegan a la comarca huyendo de la ciudad, esa preservación del ambiente rural es una buena noticia. Criados en la capital, buscan en los pueblos un modo de vida más sostenible y lazos sociales más estrechos que las formas de relación propias de la capital o sus ciudades dormitorio.

Algunos descubrieron la comarca en viajes de fines de semana, cuando estos pueblos reciben la visita de miles de turistas capitalinos. "Nuestra generación se crió en barrios de Madrid donde jugábamos en la calle hasta la medianoche pero eso ya no se ve. En un pueblo como este se genera comunidad de forma más fácil", dice Mariano Rabadán, residente de Bustarviejo de 46 años, que tiene un hijo de 10 años.

Laura García, de 26 años, es maestra en la Casa de Niños de Torremocha del Jarama. Se mudó con sus padres desde Malasaña cuando solo tenía siete años. Aunque está feliz con la vida de pueblo, está estudiando oposiciones para encontrar estabilidad laboral y vivir más cerca del centro de la capital:

Junto a otros cuatro antiguos residentes de la capital coordina La Nave Indeleble, una cooperativa de artistas con casi 1.500 socios que tiene su espacio de ensayo y representación en este pueblo de 2.400 habitantes.

La cercanía a los servicios y oferta cultural de la ciudad es un plus para ellos. "Renunciamos a cosas de la ciudad pero hay otras que necesitamos", dice Beatriz Pérez, de 39 años que junto a otras cuatro socias es propietaria de la cooperativa fabricante de cerveza artesanal La Bailandera, en Bustarviejo.

Aunque las Cuatro Torres de la ciudad financiera de Madrid se pueden distinguir desde los pueblos más próximos, a 45 kilómetros de distancia, los vecinos de estos pueblos celebran vivir en un entorno rural. La satisfacción de estos antiguos urbanitas con su nueva vida es un mensaje de esperanza para las zonas despobladas que luchan por su futuro. "Somos madres de niños pequeños y podemos llevarlos al cole en bici", señala Ana Lázaro, otra socia de las Bailanderas de 36 años. "Es un modo de vida más amable que sería difícil en Madrid".

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