Saltar navegación. Ir directamente al contenido principal

Está usted en:
  1. Actualidad
  2. Noticias
Bookmark and Share

Noticias

El río Sampedro llega a la mar

10/04/2013 Área: Eventos y Publicaciones Fuente: El País

José Luis Sampedro ha logrado la que fue, quizá, su mayor ambición en los últimos años de su vida: “Morir dulcemente, como muere un río en el mar”. Hace dos años, ya notaba en sus labios resecos el saborcillo acre de la sal. No le amargaba esa certeza. No tenía miedo, en absoluto. Tampoco prisa ninguna. Se dejaba morir día a día viviendo intensamente su último amor con su esposa, la filósofa Olga Lucas, disfrutando íntimamente la gloria pública de su última etapa de idilio con los jóvenes, y sufriendo en privado las servidumbres de su vejez con un estoicismo sin pretensiones. Las cataratas no le cegaban al sufrimiento ajeno. La sordera no le impedía oír el pulso de la calle y los aldabonazos de su conciencia. Su declive físico no era óbice para amar como un adolescente. Ese amor, esa lucidez y esa compasión por el prójimo que le acompañaron durante toda su vida, no le habrán abandonado, seguro, hasta su último aliento.

Nos recibió en su apartamento alquilado frente a la playa de Mijas, en la costa de Málaga. El mar y la luz se colaban hasta la cocina. Estaba escribiendo algo de espaldas frente a la ventana y, al levantarse, se alzó ante nosotros un gigante místico. Una calavera animada por el aura de sus cuatro pelos blancos y el fulgor de sus ojos azulísimos. Puro hueso y espíritu. Pero espíritu enamorado. Fue lo primero que quiso decir. Declarar su devoción a su esposa —“mis ojos, mis oídos, mis manos. Por ella vivo; sin ella, estaría muerto”— con la que acababa de escribir a cuatro manos Cuarteto para un solista, una especie de testamento de su visión del mundo.

Luego nos embarcamos en una conversación río. Se le preguntara lo que se le preguntase, Sampedro volvía por meandros inverosímiles a la esencia de su pensamiento. Somos naturaleza. Estamos jugando con fuego. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe. Entre su sordera y su verborrea y mi torpeza y mis nervios, creí, ilusa, que tendríamos que repetir el encuentro para poder resumir aquel torrente. Pero no, claro. Al oír la grabación, ahí estaba todo. Todo Sampedro. Un tesoro sencillo, conexo, brillante sin estridencia, como el acero viejo.

Al despedirnos, en el descansillo del rellano bautizado por él como “calle de la República”, escogió, entre todos, el ascensor, como el mejor invento del siglo. Quizá porque las escaleras de su casa le impedían bajar más a menudo a la arena de la playa que veía desde su ventana. Se conformaba, decía, con ver a los gorriones picar las migas del chiringuito de abajo. Así se consideraba. Un ave de paso. Un río que siempre es el mismo y siempre es distinto. Su única ambición, nos dijo, era morirse sin molestar a nadie. Así ha sido, desde luego. Nos enteramos hoy de su muerte cuando Sampedro ya es polvo. Pero polvo enamorado.

Imprimir ficha

Buscador




Copyright © 2008 Red Española de Desarrollo Rural C/ Duque de Medinaceli, 12 1º izda. 28014 Madrid
Tel.: 911 289 748 Email: redr@redr.es

GlobalSTD ISO 9001 System Certified
Sistema gestión certificado