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Entre el éxodo rural y el motor de la 'Gran Zaragoza'

04/08/2017 Área: Exclusión social Fuente: El Mundo

Reportaje de Raúl Conde, publicado en El Mundo.

La dualidad entre la concentración urbana alrededor de la capital y la despoblación del interior determina el memorial de agravios hacia el Estado en una región que cultiva sus elementos identitarios prescindiendo de tentaciones rupturistas

San Martín del Río, 160 habitantes censados. Comarca de Calamocha. En las estribaciones de Teruel, que sí existe. Mediodía de una jornada sofocante en el interior de Aragón. Un campo terroso, una iglesia sobre el alcor y un paisaje teñido de ocre. Nada más llegar, los periodistas abren el coche y un perro que pace en el portón de una casona sale despavorido hacia el interior del maletero.

No puede ser. Hasta los animales se quieren marchar de aquí.«A los chavales ni los ves. Ahora sólo estamos de continuo los que somos de aquí. No tiene arreglo la despoblación», rezonga Paco, un jubilado que pasa la mañana sumido en la quietud del terruño. En la zona están entusiasmados por la reciente apertura de un balneario de lujo, pero la estampa a su alrededor es lunática. La vega del Jiloca discurre de un modo fresco y monótono. Circundada por la belleza del abandono y en medio de un silencio que sólo interrumpe el pito de una furgoneta. «Es el panadero. Si no habéis almorzado, estáis a tiempo», precisa socarrón uno de los parroquianos sentados en la solana. El panadero es un chico joven, que atiende con una paciencia franciscana a todos los vecinos que se acercan a por barras y tortas. También anota los pedidos para el fin de semana, cuando San Martín del Río duplica su población. «No fallamos nunca, ni cuando hace calor ni cuando nieva. No se puede dejar de repartir el pan cada día», explica con la integridad de quien sabe que su negocio es casi un servicio público.

Vivir en armonía con el entorno o buscar la soledad voluntaria conduce al solaz. El problema es cuando el bienestar se transforma en malestar y la carencia de servicios perpetúa la sangría rural.Aragón es una comunidad marcada por una dualidad cada vez más acentuada. Mientras la Gran Zaragoza -la capital y su cinturón industrial- suma más de 700.000 habitantes y concentra más de la mitad de la población regional, el resto del territorio está vacío o va camino de ello, con comarcas enteras que el periodista Paco Cerdà, en su libro Los últimos. Voces de Laponia española, califica como «extradespobladas». Es decir, las que disponen de un tejido productivo tan ínfimo que ya es casi imposible implementar medidas ni paliativas ni de reactivación. La despoblación es el proceso que explica la fisonomía aragonesa, pero también sus desequilibrios demográficos y económicos. De ahí surge la eclosión del aragonesismo, fruto de las raíces históricas de un enclave con una marcada personalidad. De ahí se nutre el memorial de agravios que se remonta a la liturgia del oscense y regeneracionista Joaquín Costa. Y de ahí que durante muchos años circulara en esta región el mantra de Zaragoza contra Aragón, en alusión al doble efecto balsámico y nocivo del aumento de la población en la capital, mientras Huesca y, sobre todo, Teruel se desangraban.

Hoy quedan los rescoldos de ello -basta comparar la estación del AVE de Zaragoza con las infraestructuras en Teruel-, trufados con un sentimiento de frustración. El éxodo rural sigue sin embridarse y Zaragoza, una ciudad enérgica, ha hecho de su situación geoestratégica un motor de la logística. Pero no acaba de despuntar en medio de la calzada entre Madrid y Barcelona, a medio camino del País Vasco y Levante. La tierra de Goya y Buñuel aglutina el 9,5% de la superficie nacional, pero apenas el 3% de la población. Según la UE, un territorio con menos de 10 habitantes por kilómetro cuadrado se considera un desierto demográfico. En Aragón, sólo el Valle del Ebro supera esta cifra al alcanzar los 59 habitantes por kilómetro cuadrado, lo que contrasta con los tres de la comarca de Albarracín (Teruel) o los seis del Pirineo (Huesca), según el INE. «El drama es la desproporción entre Zaragoza y el resto. Según el presidente regional, Javier Lambán, la despoblación es una prioridad, pero la realidad indica lo contrario», enfatiza Francisco Burillo, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza y promotor del proyecto Serranía Celtibérica, que agrupa cinco comunidades autónomas alrededor de los Montes Universales.

La despoblación explica la fisonomía aragonesa, pero también sus desequilibros demográficos y económicos

El envejecimiento y la dispersión geográfica no sólo lastran la visión escéptica sobre España, sino que disparan el coste de los servicios en las áreas rurales. «Dicen que se ocupan de los pueblos, pero no es verdad. Nos tienen bastante abandonados», advierte Pilar Molina, alcaldesa de Allueva, una aldea de 20 habitantes enclavada en la comarca zaragozana de Daroca. Luis Antonio Sáez, investigador del Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de las Áreas Rurales (Ceddar), apostilla: «Hay que adaptarse a vivir con una densidad de población baja. La despoblación no se arregla haciendo un AVE a Teruel, sino creando redes de apoyo, favoreciendo los proyectos que sean cómplices de la población».Agustín Sánchez Vidal, escritor y ensayista, explica que esta comunidad mantuvo una proyección «más o menos reivindicativa» durante la conformación del Estado de las Autonomías, pero sin incorporar nunca «elementos rupturistas». A su juicio, «ser español y aragonés no entra en conflicto. Esto ocurre en aquellas regiones, como Aragón o Castilla, que han tenido una responsabilidad histórica en la configuración nacional. En cambio, hay otras regiones que tienen la autoestima impostada o que creen que desarrollar un sentimiento de pertenencia es incompatible con España». Según el historiador Julián Casanova, pueden diferenciarse tres Aragón: Zaragoza, lo que está al lado de Zaragoza y todo lo demás. «Es una región vertebrada desde el punto de vista cultural, pero con acentos diversos donde se funden las terminaciones ico o ica con la fabla aragonesa; el chapurreao del Matarraña, próximo a Valencia; y el catalán de la Franja entre Aragón y Lérida».

"La sociedad aragonesa se rebeló por el agua"

A raíz de la Transición cuajó una tendencia cultural ligada al aragonesismo, que actualmente engloba una visión vaporosa que sirve tanto para evocar a José Antonio Labordeta como el vasto patrimonio etnográfico maño. «Sería bueno que el aragonesismo -subraya Sánchez Vidal- se renovara tomando como referencia el contexto europeo. Y aquí no nos terminamos de decidir. ¿En Zaragoza por qué apostamos? La General Motors y la Universidad de Zaragoza, con 35.000 alumnos, tiran del carro, pero hay que especializarse». Los 2.250 millones de euros invertidos en la Expo de 2008, centrada en el agua, logró remozar las riberas del Ebro pero no articuló un modelo alternativo que permitiera transformar la ciudad. Ahora casi todas las instalaciones levantadas para este evento languidecen en el desuso. José Luis Trasobares, columnista de El Periódico y presidente de la Asociación de Periodistas de Aragón, cree que los aragoneses «siguen viviendo de quimeras que ya no dan más de sí, como el empeño en el regadío o en construir una conexión por los Pirineros centrales». Y añade: «Somos una especie de cuña en un espacio geográfico agitado por pasiones de naturaleza centrífuga, con nacionalismos periféricos. Por eso aparecen y desaparecen formaciones regionales. La gente dice sentirse aragonesa, pero casi todo el mundo vota a los partidos nacionales. En realidad, somos muy españolistas. Políticamente, Aragón se refugia en el victimismo. Nos tratan mal, y aunque en parte es verdad tendríamos que repensar nuestras soluciones». Los barómetros de opinión del Ejecutivo aragonés revelan que sólo el 16% de la población se siente más aragonesa que española. Eso explica por qué el Partido Aragonés Regionalista (PAR), de corte conservador y moderado, se quedó en seis escaños en las elecciones autonómicas de 2015, frente a los 21 del PP, los 18 del PSOE y los 14 de Podemos. Chunta Aragonesista, que representa el voto nacionalista de izquierdas, sumó sólo dos diputados.

En Aragón prima una visión descentralizada del Estado, pero sin tentaciones separatistas

En consonancia con este escenario político, en Aragón persiste una identidad cultural ligada a los elementos tradicionales -como la jota o los tambores de Calanda- y exacerbada a través de los conflictos con Cataluña, como la reclamación de los 44 bienes del Monasterio de Sijena o las parroquias de la Franja. La izquierda aragonesista, en cambio, cultiva las minorías lingüísticas, el cambio del modelo productivo en la agroindustria y la lucha contra las presas que pusieron coto al desarrollo en aras del regadío.El elemento cohesionador en ambas corrientes es la sensación de agravio. «Durante la Transición el agravio regional se enfocó hacia Madrid, luego hacia el trasvase del Ebro y ahora se ha disparado el anticatalanismo por el uso político del conflicto con el patrimonio entre la Generalitat y el Gobierno aragonés», explica Casanova.En opinión de Pedro Arrojo, un histórico del ecologismo, «la sociedad aragonesa se rebeló por el agua y también en la montaña aragonesa, donde nacen movimientos culturales como la Ronda de Boltaña o germinan proyectos como el turismo de río de La Galliguera. Hay que valorizar el patrimonio natural y aplicar medidas de discriminación positivas en el medio rural».Ignacio Urquizu, sociólogo y diputado socialista por Teruel, concluye: «En Aragón prima una visión descentralizada del Estado, pero sin tentaciones separatistas. La identidad propia no se contrapone a España. Quizá por el equilibrio que da ser una región fronteriza con Castilla y con autonomías nacionalistas».

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