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«La escuela rural ha sido considerada la pariente pobre de la educación, cuando es la fundamental en la promoción de los más necesitados, cuando es ejemplar, nuclear y ha sido cuna de grandes talentos. Un homenaje a la misma estaba más que justificado». Son palabras de Isabel Cantón Mayo, catedrática en la Universidad de León y que acaba de coordinar el libro Las escuelas de la comarca de la Cepeda, basado en trabajos de investigación de dos alumnas suyas, Sheila Hidalgo González y Cristina González García.

Publicada por el sello Eolas, la obra surge del «entusiasmo» con el que Hidalgo y González abordaron un análisis universitario en torno a la Cepeda Baja, entusiasmo que consiguieron «contagiar» a su profesora, quien trabajó con ellas y ayudó a ampliar el estudio hasta abarcar toda la comarca. En esencia, el volumen recoge múltiples datos sobre los edificios escolares cepedanos, consiguiendo reunir por primera vez todo cuanto ha podido documentarse sobre ellos a través del Archivo Histórico Provincial, de la Dirección Provincial de Educación, de la Oficina Técnica de Construcciones Escolares y de las propias localidades en las que radican estas escuelas.

«En él se hace un estudio preliminar de la escuela en el siglo XX donde se muestran las penalidades, carencias y dificultades de unos centros que, aunque nos parezca que han existido siempre, tienen una acotación temporal de poco más de un siglo», advertía Isabel Cantón, añadiendo que el libro incluye no sólo el tipo de construcción de cada edificio escolar de los 46 pueblos cepedanos, quién lo financió, quién lo construyó, los años que se usó como escuela, de quién es la propiedad... sino también si había una sola escuela mixta o existía una para cada sexo. Además, ofrece un listado de los maestros de cada lugar, y fotografías de los mismos junto a alumnos y alumnas.

HUMILDES recursos

«Llama la atención la gran homogeneidad en los escasos recursos que poseían estas escuelas -reseña la catedrática-: mapas, libros adictos al Régimen, esfera, pesas y medidas, sillas y pupitres bipersonales, tinteros, la pizarra y el pizarrín...». En cuanto a datos netamente profesionales, el equipo ha documentado «el buen hacer de una maestra reconocido por la Inspección, y el expediente disciplinario a un maestro por abandono del servicio».

«El libro nos deja un sabor agridulce -confiesa la coordinadora-. Es una lástima que no pueda estar del todo completo por la carencia de documentos y la dispersión de los mismos. Pero, a la vez, supone una satisfacción ver reunido en una obra lo que estaba perdido, olvidado y sin recopilar ni ordenar, a la vez que reivindicamos la labor de los maestros y de las escuelas públicas y rurales». Prueba de que el balance es satisfactorio es que el proyecto -que las autoras quieren dedicar, además de a los responsables de la Administración que facilitaron su trabajo, a los diferentes informantes de cada pueblo- se ha transformado en serie, y el próximo estudio, ya en marcha, tratará sobre las escuelas maragatas.

Y es que, en resumen, Isabel Cantón considera el trabajo «un esfuerzo por conservar la memoria colectiva de ese patrimonio escolar cepedano, hoy en peligro como en otros lugares».