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Entrevista de Ó. Pandiello, publicada originalmente en El Comercio.

Fruto de sus viajes, diálogos y experiencias personales, Sergio del Molino (1979) publicó el año pasado 'La España vacía', un retrato -a medio camino entre la crónica, el ensayo y el libro de viajes- del desequilibrio emocional y geográfico sufrido tras el éxodo rural.

Hay dos. Una es la obvia: la parte geográfica e histórica que se puede recorrer, descolgada del desarrollo cultural y económico del resto del país y que, paradójicamente, forma parte de la mitología fundacional. También me interesa la España vacía imaginaria, casi un estado de ánimo que tiene que ver con el relato de los emigrantes al momento de irse a las ciudades.

Sí, pero en España sus consecuencias fueron mucho más dramáticas y más concentradas en el tiempo. La podemos rastrear en gente viva, no es cosa del pasado. Se vivió un vaciamiento radical y el desaparecimiento de esta cultura rural fue tajante.

El campo español era mucho más miserable y frágil que sus homólogos europeos y soportó mucho peor la modernidad. Además, hubo un empeño creado en el franquismo y sostenido tiempo después de modernizar el país brutalmente a gran escala. Políticas deliberadas de olvido y de destrucción cultural. No hubo posibilidad de resistencia por la necesidad de fabricar 600 y atraer a las suecas a Torremolinos.

Claro, la prueba es que se ha hecho. El asunto es que esto genera desarraigos y preguntas que se van haciendo las generaciones posteriores. Este éxodo tan brutal ha hecho que nuestras propias raíces nos resulten algo exótico y que, prácticamente, necesiten una investigación del National Geographic.

No lo creo, es muy difícil. De hecho, a lo que estamos asistiendo es a un vaciamiento de las ciudades. Incluso Madrid o Barcelona, ya que lo que estamos viendo es una concentración urbana a escala global. Nos acabaremos yendo todos a Shanghai (ríe).