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Así es la vida en Gisclareny, el pueblo más pequeño de Cataluña

30/01/2018 Área: Patrimonio Fuente: elPeriódico

  • Gisclareny destrona a Sant Jaume de Frontanyà como el pueblo más pequeño de Cataluña.
  • En el municipio del Alt Berguedà viven ahora 26 vecinos en masías diseminadas, aunque solo 15 residen de forma permanente.
  • Los accesos son el principal problema con el que topan sus habitantes, que aspiran a atraer turistas con el nuevo título.

Artículo de Cristina Buesa, publicado en elPeriódico.

Siete visitantes en un par de horas. Dejan el coche en el acceso, los más atrevidos entran hasta la plaza del ayuntamiento, donde se ven obligados a recular. Allí acaba el recorrido. No se han cruzado con ningún vecino. En la media docena de casas que hay (rectoría e iglesia incluidas) no vive nadie. Gisclareny (Berguedà) ha heredado con la entrada del año el título del municipio más pequeño de Catalunya, destronando a Sant Jaume de Frontanyà, en la misma comarca.

El Institut d'Estadística de Catalunya (Idescat) les atribuye 27 habitantes a fecha 1 de enero de 2017. A Sant Jaume, 30. No obstante, en este año ya ha habido cambios. En Gisclareny ahora hay 26 (murió una anciana) y, en en el otro, 28 (una madre y su hijo han cambiado de residencia). "Hablamos de personas inscritas en el padrón, aunque solo vivimos de forma permanente 15", aclara Joan Tor, alcalde del recién bautizado pueblo catalán más diminuto.

Mantener la accesibilidad

Pero Gisclareny solo es reducido en vecinos. No en extensión: tiene 37 kilómetros cuadrados y 70 kilómetros de carreteras y caminos de titularidad municipal. De hecho, esto último es lo que más preocupa a su alcalde, mantener la accesibilidad en buenas condiciones. Estas comunicaciones permitirían precisamente potenciar la llegada de visitantes, que el nuevo título podría impulsar. El turismo es el maná al que aspiran, a pesar de que la oferta de restaurantes es pobre (hay únicamente uno, Can Misèria, abierto de marzo a noviembre) y solo hay una casa rural y un refugio.

Pero a Tor no se le ve angustiado. Es consciente de que la despoblación de los núcleos rurales tiene mala solución. Ni se plantea impulsar una campaña para atraer nuevos residentes, como se ha hecho en otros lugares. "¿Qué les ofrecemos? ¿Casa? ¿Trabajo? iPero si no tenemos ninguna de las dos cosas!", exclama mientras de fondo solo se oyen los cencerros de los caballos. Gisclareny carece de masías a la venta o en alquiler. Y la única rendija posible sería la rehabilitación de alguna de la docena de casas que las normas subsidiarias urbanísticas autorizan a reformar. Con el coste que eso supone.

Alud de entrevistas

De los 15 residentes habituales, solamente la familia del alcalde es originaria del pueblo pirenaico. Un buceo en su árbol genealógico descubrió que hay Tor en esas montañas desde el 1600. Pero lejos de aparecer como un mandatario posesivo, las palabras de este hombre, que lleva casi 31 de sus 63 años con la vara de la máxima autoridad local, destilan generosidad y sinceridad.

"No recuerdo cuántos apoyos obtuve en las últimas elecciones pero me parece que me votaron todos, sí", admite el primer edil, que en las últimas semanas ha tenido que atender numerosas entrevistas. Una pareja de Esplugues de Llobregat, con su nieta, aprovecha el encuentro casual con el alcalde para comentar la jugada. Xavier Castán había vivido en Castellar de N'Hug, donde ahora es secretaria municipal una de las hijas de Tor.

Telecomunicaciones que lastran la vida

El visitante coincide con Joan Tor en que las telecomunicaciones lastran la vida rural. La asistencia sanitaria no es, digamos, rápida. "Aquí, si te encuentras mal, escápate", resume el alcalde. Las urgencias cardíacas se solventan con un helicóptero.

De los 26 empadronados únicamente hay un niño en edad escolar, aunque está instalado en Bagà, que es el municipio más cercano, a 10 kilómetros de una carretera de titularidad municipal parcheada parcialmente con subvenciones que Gisclareny logra de la Diputació de Barcelona. La situación viaria es muy parecida en el pueblo que hasta ahora ostentaba el título del más pequeño. El alcalde de Sant Jaume de Frontanyà, Rubèn Lladós, tiene claro cuál es su principal dolor de cabeza.

18 kilómetros de canalizaciones

"Las comunicaciones, sin duda alguna", responde. Los dos accesos, desde Borredà o desde La Pobla de Lillet, son un saco sin fondo. El presupuesto municipal puede doblarse de un año a otro en función de los fondos destinados a la mejora de las infraestructuras. Tienen, además, 18 kilómetros de tuberías repartidas por los bosques, lo que significa que cada vez que hay que acometer una mejora el coste es muy elevado.

"Pero lo que más nervioso me pone es la fibra óptica, que Telefónica no me quiere instalar en el pueblo porque dice que no les sale a cuenta", describe. Cada vez que tiene que realizar un trámite con una administración superior, ahora que todo funciona a través de la firma electrónica, es un auténtico via crucis. Lladós puede pasarse horas tratando sin éxito que una petición de subvención se digne a salir del ordenador del ayuntamiento.

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